"La Humanidad no encontrará la paz hasta que no se vuelva con confianza a mi Misericordia" (Diario de Sor Faustina, 300)

jueves, 8 de noviembre de 2012

El perdón, en la misericordia de Dios 2/3



El dolor que todos cargamos por alguna lesión recibida, puede ser como una herida abierta que se va ulcerando con terrible infección a través de los años. Muchos de nosotros andamos cargando con rencores y culpabilidades, y nunca nos atrevemos a afrontar la situación interiormente. Casi nunca perdonamos y raramente olvidamos; y sin embargo rezamos a Dios que nos perdone como perdonamos a los demás. Aunque la persona que nos ha herido no tenga remordimientos, aquel que va guardando rencor es el que está destinado a vivir en cadenas.
La única forma de romper estas cadenas y de liberarnos, es olvidándonos del enojo que sentimos y pidiendo a Dios la gracia del perdón.
A veces se requiere del apoyo de una comunidad Cristiana, que nos ayude a desatar las envolturas que nos atan para perdonar a los demás. Somos como Lázaro resucitado de entre los muertos, ¡vivos! Pero aún necesitando la ayuda de aquellos que nos rodean para liberarnos y quitarnos las vendas y ser verdaderamente libres. El sistema de apoyo que un grupo amoros de Cristianos comprometidos nos puede dar, nos ayudará a continuar en el camino del bien. Santa Faustina escribió: “Nos parecemos más a Dios cuando perdonamos al prójimo” (Diario 1148)
¡Perdonar es mucho más que simplemente evitar el confrontarnos con aquellos que nos han lastimado! Puede que no sea muy inteligente el restablecer una relación con alguien que nos haya lastimado seriamente, pues tal vez sería exponerse a mayor daño o abuso. Aún cuando tengas que mantenerte lejos de la persona que te ha herido, debes olvidarte del enojo o del rencor y perdonar.
La Escritura es muy clara en cuanto a que, así como nuestro Padre Celestial nos ama, debemos amar a los demás. El amor no es una emoción, sino una decisión. “...Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan” (Mt 5,44)
Nuestros “enemigos” casi nunca son aquellos que están en tierras lejanas; sino frecuentemente son los miembros de nuestra propia familia y compañeros de trabajo quienes nos irritan y nos frustran y nos causan muchas molestias.
Perdonar es más sencillo si podemos evitar hacer juicios. No debemos ser como los Fariseos, quienes veían serias faltas en los demás pero no en sí mismos. ¡Si tan sólo pudiésemos ser tan estrictos con nosotros mismos, como lo somos con los demás! Todos estamos para criticar, condenar y juzgar. Y sin embargo, con qué facilidad pasamos por alto nuestras propias debilidades racionalizando nuestra conducta y defectos. “¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu ojo?” (Mt 7,3). Reflexiona en el pasaje: “El que se venga, sufrirá venganza del Señor, que cuenta exacta llevará de sus pecados. Perdona a tu prójimo en el agravio, y en cuanto lo pidas, te serán perdonados tus pecados. Hombre que a hombre guarda ira, ¿cómo del Señor espera curación? De un hombre como él piedad no tiene, ¡y pide perdón por sus propios pecados!” (Sir. 28,1-4)

Muchos tienen más dificultad para perdonarse a sí mismos, que para perdonar a los demas. Piensa en los miles de adictos que utilizan drogas, alcohol, sexo, el exceso de trabajo, de comida, apuestas y otros escapes, y viven en un mundo de aislamiento, verguenza y desesperación. Cuántos de nosotros nos martirizamos mentalmente con frecuencia, casi al punto de la exasperación. Nos enfocamos en pensamientos tales como: “Cómo pude haber hecho esto” y “¿Porqué hice tal cosa?” y “¡Soy un perdedor!”.
Toda la culpa, verguenza e inseguridad penetran nuestra mente, y nos llegan a inquietar tanto, que nos preguntamos ¿Dios podrá perdonar a un alma tan miserable? Y despues, las dudas vuelven a penetrar la mente, y continuamos preguntándonos si Jesús podrá perdonarnos nuestros pecados, los mismos que repetimos frecuentemente, ya que a pesar de nuestros esfuerzos, caemos una y otra vez en las mismas faltas. 
El Dios de la Misericordia está pronto para perdonar y mostrarnos misericordia. Podemos encontrar alivio en las palabras que nuestro Señor le dijo a Santa Faustina: ”...cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a Mi misericordia” (Diario 723).
Jesús le habló a Santa Faustina del alma pecadora que ya esta al borde de la desesperación por sus pecados:
El alma dice: ¿Es posible que haya todavía misericordia para mí? Pregunta llena de temor.
Jesús: "Precisamente tú, niña Mía, tienes el derecho exclusivo a Mi misericordia. Permite a Mi misericordia actuar en ti, en tu pobre alma; deja entrar en tu alma los rayos de la gracia, ellos introducirán luz, calor y vida".
El alma: Sin embargo me invade el miedo tan sólo al recordar mis pecados y este terrible temor me empuja a dudar en Tu bondad.
Jesús: Has de saber, oh alma, que todos tus pecados no han herido tan dolorosamente Mi corazón como tu actual desconfianza. Después de tantos esfuerzos de Mi (84) amor y Mi misericordia no te fías de Mi bondad.
El alma: Oh Señor, sálvame Tú Mismo, porque estoy pereciendo; sé mi Salvador. Oh Señor, no soy capaz de decir otra cosa, mi pobre corazón está desgarrado, pero Tú, Señor...
Jesús no permite al alma terminar estas palabras, la levanta del suelo, del abismo de la miseria y en un solo instante la introduce a la morada de su propio Corazón, y todos los pecados desaparecen ­[374] en un abrir y cerrar de ojos, destruidos por el ardor del amor.
Jesús: He aquí, oh alma, todos los tesoros de Mi Corazón, toma de él todo lo que necesites.
El alma: Oh Señor, me siento inundada por Tu gracia, siento que una vida nueva ha entrado en mí y, ante todo, siento Tu amor en mi corazón, eso me basta. Oh Señor por toda la eternidad glorificaré la omnipotencia de Tu misericordia; animada por Tu bondad, Te expresaré todo el dolor de mi corazón. Jesús: Di todo, niña, sin ningún reparo, porque te escucha el Corazón que te ama, el Corazón de tu mejor amigo. Oh Señor, ahora veo toda mi ingratitud y Tu bondad. Tu me perseguías con Tu gracia y yo frustraba todos Tus esfuerzos; veo que he merecido (85) el fondo mismo del infierno por haber malgastado Tus gracias.
Jesús interrumpe las palabras del alma y [dice]: No te abismes en tu miseria, eres demasiado débil para hablar; mira más bien Mi Corazón lleno de bondad, absorbe Mis sentimientos y procura la dulzura y la humildad. Sé misericordiosa con los demás como Yo soy misericordioso contigo y cuando adviertas que tus fuerzas se debilitan, ven a la Fuente de la Misericordia y fortalece tu alma, y no pararás en el camino.
El alma: Ya ahora comprendo Tu misericordia que me protege como una nube luminosa y me conduce a casa de mi Padre, salvándome del terrible infierno que he merecido no una sino mil veces. Oh Señor, la eternidad no me bastará para glorificar dignamente Tu misericordia insondable, Tu compasión por mí.

Autor: Bryan S.Tatcher, Apóstoles Eucarísticos de la Divina Misericordia.
Libro: La Divina Misericordia una forma de Vida.

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