"La Humanidad no encontrará la paz hasta que no se vuelva con confianza a mi Misericordia" (Diario de Sor Faustina, 300)

sábado, 26 de diciembre de 2015

Las Tres de la tarde, Hora Santa de la Divina Misericordia, nuestra Hora


         Luego de sufrir tres horas de terrible y dolorosísima agonía, Nuestro Señor Jesucristo murió en el Calvario a las tres de la tarde. Si bien sus sufrimientos comenzaron desde el momento mismo de la Encarnación, porque fue desde ese entonces en que el Verbo de Dios encarnado comenzó a expiar por nuestros pecados, y si bien ese sufrimiento, ante todo moral y espiritual, continuó durante toda su vida, fue en la cruz en donde Nuestro Señor consumó el sacrificio de su vida, sacrificio por el cual habría de salvarnos de los tres grandes enemigos de la humanidad: el demonio, la muerte y el pecado, además de concedernos el don de la filiación divina, abrirnos las puertas del cielo y hacernos herederos del Reino de Dios.
         En la cruz, Jesús sufrió, sólo desde el punto de vista físico, dolores inenarrables, imposibles siquiera de imaginar, causados entre otras cosas por la crucifixión, la flagelación inhumana recibida, la coronación de espinas, los golpes de todo tipo recibidos desde su arresto y a lo largo de todo el Via Crucis. A esto, hay que agregarle la intensa sed, producto de la deshidratación y la fiebre, además de la asfixia experimentada como consecuencia de la posición en la que se encontraba en la cruz. Y todo esto, sin contar con las penas y los dolores morales y espirituales que estrujaron de dolor su Sagrado Corazón ante la vista de nuestros pecados. La inmensidad de los dolores sufridos por Jesús se deben a que Nuestro Señor asumió sobre sí todos los pecados, todos los dolores y todas las muertes de todos los hombres de todos los tiempos, interponiéndose entre nosotros y la Justicia Divina, convirtiendo esa Justicia, en Divina Misericordia; es por eso que podemos decir que en la cruz, Jesús pensaba en todos y en cada uno de nosotros, de modo particular con nombre y apellido, como si cada uno de nosotros fuéramos los únicos seres en la tierra, amándonos personal y particularmente a cada uno con todo el amor de su Sagrado Corazón. Los sufrimientos atroces de Jesús, comenzados en la Encarnación y llevados a su culmen en la Pasión y Crucifixión, finalizaron con su muerte a las Tres de la tarde y ésa es la razón por la cual esa hora es una Hora Santa, es la Hora de la Divina Misericordia; es la hora en la que, como Jesús mismo lo dice, todo será concedido al alma que lo pida, por los méritos de su Pasión dolorosísima. Podemos decir, por lo tanto, que las Tres de la tarde es nuestra Hora, la Hora en la que nosotros, pecadores, alcanzamos la gracia divina del perdón y de la conversión. Se trata de la Hora más importante del día, porque es la Hora en la que el Hombre-Dios murió por cada uno de nosotros; es una Hora dedicada, especialmente, por la Trinidad Santísima, de modo personal, para cada pecador, para que el pecador pida y obtenga las gracias que desea, las cuales le serán concedidas en mérito a los infinitos sufrimientos de Jesús. Dice así Jesús a Santa Faustina: “A la hora de las tres imploren Mi misericordia, especialmente por los pecadores; y aunque sea por un brevísimo momento, sumérgete en Mi Pasión, especialmente en MI desamparo en momento de agonía. Esta es la hora de gran misericordia para el mundo entero. Te permitiré entrar dentro de Mi tristeza mortal. En esta hora, no le rehusaré nada al alma que me lo pida por los méritos de Mi Pasión”. Continúa Jesús: “Yo te recuerdo, hija mía, que tan pronto como suene el reloj a las tres de la tarde, te sumerjas completamente en mi Misericordia, adorándola y glorificándola; invoca su omnipotencia para todo el mundo, y particularmente para los pobres pecadores; porque en ese momento la Misericordia se abrió ampliamente para cada alma”. La Hora de la Misericordia “se abre para cada alma”, es decir, para cada uno, de modo personal y particular.

         Debemos aprovechar muy bien esta Hora Santa, cada Hora Santa –no sabemos cuántas nos ha asignado la Divina Providencia, por lo que deberíamos vivir cada una de ellas como si fuera la última- para pedir, como dice Jesús, por la conversión de los pecadores, puesto que la gracia de la conversión constituye la mayor dicha que pueda una persona alcanzar en esta vida. Pero además, en la Hora Santa de la Divina Misericordia, las Tres de la tarde, podemos hacer algo más que pedir, como nos indica Jesús: puesto que Jesús ofrenda su vida por amor y muere por amor, para darnos todo su Amor, entonces es la Hora en la que deberíamos ofrecer, en la medida en que nuestra pequeñez lo permita, nuestras vidas a Jesús, por amor, y pedirle que Él acepte nuestro ofrecimiento, por manos de María Santísima.