"La Humanidad no encontrará la paz hasta que no se vuelva con confianza a mi Misericordia" (Diario de Sor Faustina, 300)

sábado, 26 de diciembre de 2015

Las Tres de la tarde, Hora Santa de la Divina Misericordia, nuestra Hora


         Luego de sufrir tres horas de terrible y dolorosísima agonía, Nuestro Señor Jesucristo murió en el Calvario a las tres de la tarde. Si bien sus sufrimientos comenzaron desde el momento mismo de la Encarnación, porque fue desde ese entonces en que el Verbo de Dios encarnado comenzó a expiar por nuestros pecados, y si bien ese sufrimiento, ante todo moral y espiritual, continuó durante toda su vida, fue en la cruz en donde Nuestro Señor consumó el sacrificio de su vida, sacrificio por el cual habría de salvarnos de los tres grandes enemigos de la humanidad: el demonio, la muerte y el pecado, además de concedernos el don de la filiación divina, abrirnos las puertas del cielo y hacernos herederos del Reino de Dios.
         En la cruz, Jesús sufrió, sólo desde el punto de vista físico, dolores inenarrables, imposibles siquiera de imaginar, causados entre otras cosas por la crucifixión, la flagelación inhumana recibida, la coronación de espinas, los golpes de todo tipo recibidos desde su arresto y a lo largo de todo el Via Crucis. A esto, hay que agregarle la intensa sed, producto de la deshidratación y la fiebre, además de la asfixia experimentada como consecuencia de la posición en la que se encontraba en la cruz. Y todo esto, sin contar con las penas y los dolores morales y espirituales que estrujaron de dolor su Sagrado Corazón ante la vista de nuestros pecados. La inmensidad de los dolores sufridos por Jesús se deben a que Nuestro Señor asumió sobre sí todos los pecados, todos los dolores y todas las muertes de todos los hombres de todos los tiempos, interponiéndose entre nosotros y la Justicia Divina, convirtiendo esa Justicia, en Divina Misericordia; es por eso que podemos decir que en la cruz, Jesús pensaba en todos y en cada uno de nosotros, de modo particular con nombre y apellido, como si cada uno de nosotros fuéramos los únicos seres en la tierra, amándonos personal y particularmente a cada uno con todo el amor de su Sagrado Corazón. Los sufrimientos atroces de Jesús, comenzados en la Encarnación y llevados a su culmen en la Pasión y Crucifixión, finalizaron con su muerte a las Tres de la tarde y ésa es la razón por la cual esa hora es una Hora Santa, es la Hora de la Divina Misericordia; es la hora en la que, como Jesús mismo lo dice, todo será concedido al alma que lo pida, por los méritos de su Pasión dolorosísima. Podemos decir, por lo tanto, que las Tres de la tarde es nuestra Hora, la Hora en la que nosotros, pecadores, alcanzamos la gracia divina del perdón y de la conversión. Se trata de la Hora más importante del día, porque es la Hora en la que el Hombre-Dios murió por cada uno de nosotros; es una Hora dedicada, especialmente, por la Trinidad Santísima, de modo personal, para cada pecador, para que el pecador pida y obtenga las gracias que desea, las cuales le serán concedidas en mérito a los infinitos sufrimientos de Jesús. Dice así Jesús a Santa Faustina: “A la hora de las tres imploren Mi misericordia, especialmente por los pecadores; y aunque sea por un brevísimo momento, sumérgete en Mi Pasión, especialmente en MI desamparo en momento de agonía. Esta es la hora de gran misericordia para el mundo entero. Te permitiré entrar dentro de Mi tristeza mortal. En esta hora, no le rehusaré nada al alma que me lo pida por los méritos de Mi Pasión”. Continúa Jesús: “Yo te recuerdo, hija mía, que tan pronto como suene el reloj a las tres de la tarde, te sumerjas completamente en mi Misericordia, adorándola y glorificándola; invoca su omnipotencia para todo el mundo, y particularmente para los pobres pecadores; porque en ese momento la Misericordia se abrió ampliamente para cada alma”. La Hora de la Misericordia “se abre para cada alma”, es decir, para cada uno, de modo personal y particular.

         Debemos aprovechar muy bien esta Hora Santa, cada Hora Santa –no sabemos cuántas nos ha asignado la Divina Providencia, por lo que deberíamos vivir cada una de ellas como si fuera la última- para pedir, como dice Jesús, por la conversión de los pecadores, puesto que la gracia de la conversión constituye la mayor dicha que pueda una persona alcanzar en esta vida. Pero además, en la Hora Santa de la Divina Misericordia, las Tres de la tarde, podemos hacer algo más que pedir, como nos indica Jesús: puesto que Jesús ofrenda su vida por amor y muere por amor, para darnos todo su Amor, entonces es la Hora en la que deberíamos ofrecer, en la medida en que nuestra pequeñez lo permita, nuestras vidas a Jesús, por amor, y pedirle que Él acepte nuestro ofrecimiento, por manos de María Santísima. 

jueves, 26 de noviembre de 2015

"La Humanidad no encontrará la paz hasta que no se vuelva con confianza a mi Misericordia"


“La Humanidad no encontrará la paz hasta que no se vuelva con confianza a mi Misericordia”[1]. El mensaje dado por Jesús a Sor Faustina es válido tanto para una persona en particular, como para toda la Humanidad en su conjunto. La paz de la que habla Jesús no es la paz del mundo, sino la paz que da Él, que es la paz de Dios, es la paz que sobreviene al alma cuando le es quitado, por la gracia santificante, aquello que la enemistaba con Dios y que por lo tanto la privaba de la paz, y es el pecado. Sólo Jesús da la verdadera paz, la paz que brota de un corazón en gracia, un corazón en amistad con Dios y con el prójimo, un corazón sin las tinieblas del mal y del pecado, porque ha sido lavado y santificado por la Sangre del Cordero.
En nuestros días, vemos cómo crecen, minuto a minuto, tanto las guerras, a nivel de naciones –conflictos armados de todo tipo, terrorismo, narcotráfico, violencias de todo tipo, etc.-, como la discordia y la violencia a nivel de familias y personas individuales. Todo sucede como consecuencia del alejamiento de nuestra moderna sociedad del Siglo XXI, de Dios, de sus Mandamientos, de su Voluntad y de su Amor. Sin Dios, que es Luz, Amor y Paz, la humanidad inevitablemente se ve envuelta en las tinieblas, en el odio y en la guerra, es decir, en la discordia, la cual, a los ojos de Dios, es “peor que la hechicería” (cfr. 1 Sam 15, 23). Si la hechicería, la brujería, el satanismo, son prácticas abominables a los ojos de Dios, lo es mucho más la discordia, la falta de paz entre los hombres, originada en la falta de amor a Dios, porque sólo en Dios puede el hombre amar a su prójimo y por lo tanto, estar en paz con él. Sin Dios, el hombre no ama verdaderamente a su prójimo y lo convierte en un instrumento para satisfacer sus pasiones, su egoísmo, sus necesidades.
“La Humanidad no encontrará la paz hasta que no se vuelva con confianza a mi Misericordia”. Tanto a nivel de nación, como a nivel personal y familiar, es necesario elevar la mirada a Jesús Misericordioso y, con el corazón contrito y humillado, implorar su Misericordia sobre nosotros y sobre el mundo entero, porque sólo  así obtendremos la paz, la verdadera paz, la que brota del Corazón Misericordioso de Jesús.




[1] Diario de Sor Faustina, 300

miércoles, 26 de agosto de 2015

Qué representa la imagen de Jesús Misericordioso


         Cuando Jesús Misericordioso se le apareció a Santa Faustina[1], lo hizo tal como se lo ve en la imagen de la Divina Misericordia: de pie, con una túnica blanca, con la mano en alto, en actitud de bendecir, y con dos rayos de luz, uno rojo y otro blanco, que brotaban de su Corazón. La imagen es sumamente importante, tal vez lo más importante en la vida, luego de la Eucaristía y de la Virgen, para obtener la salvación eterna, porque es un “recipiente” para recoger las gracias, al tiempo que es también la “última tabla de salvación para el hombre de los últimos tiempos”, puesto que ya no habrán más devociones hasta el Día del Juicio Final.
Además, la imagen es importante porque en ella están condensados los misterios principales de la fe y porque a través de ella el alma se predispone a recibir lo que representan los misterios de la fe, que es la Divina Misericordia. Fue el mismo Jesús quien le reveló todo lo relativo a la imagen: que fuera venerada, primero en la capilla y luego en todo el mundo y luego le reveló las promesas y el significado de la imagen.
Con respecto a la veneración de la imagen, Jesús le dijo así: “Pinta una imagen según el modelo que vez, y firma: “Jesús, en ti confío”. Deseo que esta imagen sea venerada primero en su capilla y luego en el mundo entero”[2].
También le reveló las promesas ligadas a la veneración de la imagen, que son el triunfo sobre sus enemigos –el demonio, el pecado y la muerte- y la vida eterna: “Prometo que el alma que venere esta imagen no perecerá. También prometo, ya aquí en la tierra, la victoria sobre los enemigos y, sobre todo, a la hora de la muerte. Yo Mismo la defenderé como Mi gloria”[3].
Con respecto al significado de la imagen, Jesús le dijo a Sor Faustina que es un “recipiente” con el que se recogen las gracias que brotan de Él, que es la Fuente de la Misericordia: “Ofrezco a los hombres un recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia para recoger gracias. Este recipiente es esta imagen con la firma: Jesús en Ti confío”[4]. La imagen es un recipiente, no la fuente, pero si es un recipiente, quiere decir que cuanto más acudamos a la imagen, más gracias recibiremos, así como alguien, cuanto más va a un río a recoger agua con una gran vasija, tanta más agua obtiene. La imagen es también, en consecuencia, un recordatorio de las gracias que recibimos de su Sagrado Corazón; es un recordatorio y no la realidad, porque la realidad es el Sagrado Corazón de Jesús, fuente misericordiosa de gracias que se derraman sobre las almas desde el momento en el que el Corazón de Jesús es traspasado por la lanza. Cuando el Corazón de Jesús es traspasado, con la Sangre y el Agua se hacen visibles los rayos que brotan del mismo Corazón, y el motivo por el que se hacen visibles, es para representar la gracia invisible que se nos brinda a través de todos los sacramentos de la Iglesia, entre ellos, principalmente –por ser los más frecuentes- el Bautismo, la Eucaristía y la Confesión sacramental. 
Es decir, a través de la Sangre y el Agua, que son visibles, se nos dona el Amor misericordioso de Dios, el Espíritu Santo, que nos comunica su gracia –invisible- por medio de los sacramentos.
Según las palabras de Jesús, en los rayos de la imagen está representado el contenido de su Sagrado Corazón, la Sangre –rayo rojo- y el Agua –rayo blanco-, que justifican y dan vida eterna a las almas, además de protegerlas de la indignación de Dios Padre: “Los dos rayos significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza el Agua que justifica las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas (…) Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de Mi misericordia cuando Mi Corazón agonizado fue abierto en la cruz por la lanza” (…) “Estos rayos protegen a las almas de la indignación Mi Padre. Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzará la mano justa de Dios”[5]. Es decir, el que se refugia en la Divina Misericordia, no tendrá que pasar por la Divina Justicia, pero quien no acuda a la imagen de Jesús Misericordioso para refugiarse en ella, deberá pasar por la Divina Justicia: “Quien no quiere pasar por la puerta de Mi misericordia, tiene que pasar por la puerta de Mi justicia”[6].
Por último, Jesús le dice a Sor Faustina que la grandeza de la imagen no radica en la belleza del color ni en la cualidad del artista plástico, sino en la gracia de Jesús: “No en la belleza del color, ni en la del pincel, está la grandeza de esta imagen, sino en Mi gracia”[7].
Entonces, la imagen es fuente de gracias, al tiempo que un recordatorio para el hombre: si recibió misericordia a través de la imagen, debe dar misericordia: “A través de esta imagen concederé muchas gracias a las almas, ella ha de recordar a los hombres las exigencias de Mi misericordia, porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil”[8]. Nos recuerda, por lo tanto, que la salvación no depende sólo de la fe, sino también de las obras de misericordia: “Muéstrame tu fe sin obras, que yo por mis obras te mostraré mi fe” (Sant 2, 18). Es decir, se necesita tener fe sobrenatural para ver y creer en lo que significa la Imagen, la Divina Misericordia del Sagrado Corazón de Jesús derramándose en la Cruz, pero al mismo tiempo, hay que ser misericordiosos, para imitar a Cristo, que murió en la cruz para darnos su Divina Misericordia: “Les doy un mandamiento nuevo: que, como Yo os he amado, así os améis los unos a los otros”. (Jn 13, 34).




[1] El 22 de Febrero del 1931.
[2] Diario 47.
[3] Diario 48.
[4] Diario 327.
[5] Diario 299.
[6] Diario 1146.
[7] Diario 313.
[8] Diario 742.

jueves, 25 de junio de 2015

¡A Ti, Dios mío, honor y gloria por todos los siglos!



"A los pies del Señor, Oh Jesús escondido, Amor eterno, Vida nuestra, Divino Insensato que Te has olvidado de Ti Mismo y nos ves solamente a nosotros.

Aún antes de crear el cielo y la tierra, nos llevabas en Tu Corazón.

Oh Amor, oh abismo de Tu humillación, oh misterio de felicidad, ¿por qué es tan pequeño el numero de los que Te conocen? ¿Por qué no encuentras reciprocidad?

Oh Amor Divino, ¿por qué ocultas Tu belleza? Oh Inconcebible e Infinito, cuanto más Te conozco Te comprendo menos; pero como no alcanzo a comprenderte, comprendo más Tu grandeza.

No envidio el fuego a los serafines, porque en mi corazón tengo depositado un don mayor.

Ellos Te admiran en éxtasis, pero Tu Sangre se une a la mía. El amor, es el cielo que nos está dado ya aquí en la tierra. Oh, ¿por qué Te escondes detrás de la fe?

El amor rasga el velo. No hay velo delante de los ojos de mi alma, porque Tu Mismo me has atraído desde la eternidad al seno de un amor misterioso.

Oh indivisible Trinidad, único Dios, a Ti honor y gloria por todos los siglos."

(D. 278)

martes, 26 de mayo de 2015

El que recibe misericordia debe dar misericordia


         En sus memorias, Santa Faustina relata cómo la Divina Misericordia proviene a través del Sagrado Corazón traspasado de Jesús: “El viernes, durante la Santa Misa, siendo mi alma inundada por la felicidad de Dios, oí en el alma estas palabras: “Mi misericordia pasó a las almas a través del Corazón divino-humano de Jesús, como un rayo de sol a través del cristal”. Sentí en el alma y comprendí que cada acercamiento a Dios nos fue dado por Jesús, en Él y por Él”[1]. La visión de Sor Faustina nos muestra que Dios Padre no se queda en palabras cuando nos da su Divina Misericordia: nos brinda su Divina Misericordia a través del don del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesús, entregado en la cruz y renueva esta entrega cada vez, en la Santa Misa y también nos brinda su Divina Misericordia en el perdón de los pecados, a través del Sacramento de la Reconciliación. Es una obra concreta de misericordia, que debe ser agradecida por medio de obras concretas de misericordia.
Ésa es la razón por la cual el cristiano, al recibir la Misericordia Divina de parte de Dios, no puede no hacer lo mismo para con su prójimo. Si un cristiano recibe a la Divina Misericordia y luego, ya sea por pereza o por malicia –guarda rencor-, no comunica de esa misma misericordia recibida a su prójimo, hace vano el don recibido, porque demuestra que su fe es una fe muerta. Lo dice la Escritura: “Muéstrame tu fe sin obras, que yo por mis obras te mostraré mi fe” (Sant 2, 18). Quien tiene fe, obra de acuerdo a esa fe; quien tiene fe en Jesús Misericordioso, obra la misericordia para con su prójimo, sin importar si este prójimo es amigo o enemigo; aún más, obrará la misericordia para con sus enemigos, porque ése es el Mandamiento de la Caridad de Jesús: “Éste es mi mandamiento nuevo: ámense unos a otros, como Yo los he amado” (Jn 13, 34).
Que sea absolutamente necesario obrar la misericordia, lo dice el mismo Jesús a Sor Faustina –y por extensión, a todo devoto de la Divina Misericordia-: “Hija mía (…) Exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia Mí. Debes mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo ni excusarte ni justificarte”[2]. Luego, Jesús da las indicaciones de cómo se debe ejercer la misericordia: “Te doy tres formas de ejercer la misericordia al prójimo: la primera –la acción, la segunda –la palabra, la tercera –la oración. En estas tres formas está contenida la plenitud de la misericordia y es el testimonio irrefutable del amor hacia Mí. De este modo el alma alaba y adora Mi misericordia”[3] (en realidad, en el orden de la práctica diaria, a la acción y a la palabra le debe preceder la oración. De estas tres formas, cada uno debe obrar según las posibilidades de su estado de vida: algunos podrán hacerlo solo mediante la oración; otros, solo mediante la palabra; otros, con la oración, la palabra y la acción, pero nadie está exento de obrar la misericordia, ése es el mensaje y la advertencia de Jesús. Cada uno verá cómo obra la misericordia, pero nadie puede decir: “Yo no obro la misericordia”.
Entonces, esto quiere decir que no basta con la simple devoción a Jesús Misericordioso, si puedo hacer una obra de misericordia con la palabra, “dando consejo a quien lo necesita”; no basta con rezar, si se puede obrar; no basta con asistir a Misa el día de la Divina Misericordia y quedarse cruzados de brazos, sin hacer nada, pudiendo hacerlo: quien ha recibido a Jesús Misericordioso en su corazón, debe comunicar de esa misericordia, por medio de las obras de misericordia corporales y espirituales -las que están prescriptas por la Iglesia-; sólo de esa manera, demostrará que ama, que alaba y adora a la Divina Misericordia, solo con obras, precedidas de la oración. Quien recibe misericordia de parte de Dios, pero no la comunica al prójimo, cerrándose en su egoísmo, rechaza la misericordia que recibió y se vuelve impermeable para recibir más misericordia. Sólo quien es misericordioso para con su prójimo se convertirá, para su prójimo y para el mundo, en una imagen viviente de Jesús Misericordioso, que es el fin por el cual él mismo recibió misericordia. Cuando Jesús se a conocer a un alma, por medio de la Divina Misericordia, lo hace para que esa alma no se guarde para sí el amor recibido, sino para que lo ame, lo alabe y lo glorifique, dando amor a los demás, transformándose en una imagen viviente suya, y esto sucede cuando el alma hace oración, predica la misericordia y obra la misericordia.



[1] Diario. La Divina Misericordia en mi alma, n. 528.
[2] Cfr. ibidem, n. 742.
[3] Cfr. ibídem.

jueves, 26 de marzo de 2015

Qué es vivir la Cuaresma según las revelaciones de Jesús Misericordioso a Santa Faustina


         Según nuestras propias concepciones de Cuaresma, influenciadas por la época mundana en la que vivimos, Cuaresma se reduce a una conmemoración litúrgica, reducida al ámbito de la Iglesia, que no se extiende a un espacio temporal de más de cuarenta días, hasta Pascua; que no tiene más sentido que el de recordar, siempre litúrgicamente, los cuarenta días de ayuno de Jesús en el desierto; como máximo, quienes se unen a la Cuaresma, con sus ayunos y penitencias y obras de misericordia, lo hacen porque son personas piadosas y buenas, que son cristianas y por lo tanto seguidoras de Jesús y se ven en la obligación moral de recordar, mediante estos actos externos, de reforzar externamente su pertenencia a la Iglesia de Jesús y a Jesús mismo. Sin embargo, no es esto la Cuaresma, y no consiste en esto la Cuaresma, puesto que la Cuaresma se trata de un misterio sobrenatural mucho más profundo, que sobrepasa, con mucho, la capacidad de comprensión de nuestra razón natural. Quien participa de la Cuaresma, unido a Cristo, en el Espíritu Santo, participa de un misterio salvífico que trasciende el mero costumbrismo o lo que aparece a la razón o lo que puede aparecer a la razón. Participar de la Cuaresma es participar, como Cuerpo Místico de Jesús, del misterio salvífico por el cual Jesús, sufriendo en su Cuerpo real, asumió en su Humanidad Santísima los pecados personales de todos y cada uno de todos los hombres de todos los tiempos, y las muertes de todos los hombres de todos los tiempos, para destruir esos pecados y esas muertes con su Sangre, derramada primero en el Huerto de Getsemaní, con su sudor de Sangre, y luego con sus heridas abiertas por los golpes, las flagelaciones y la crucifixión, y para luego de destruidos los pecados y la muerte, donar su vida eterna a los hombres y, con su vida eterna, su filiación divina, conduciendo a los hombres al Reino de los cielos. En eso consiste la Cuaresma: en participar, mística pero realmente, de los sufrimientos reales de Jesús en el Huerto de Getsemaní y en la Pasión, sufrimientos por los cuales nos quitó los pecados y nos obtuvo la vida nueva de la gracia, la vida de los hijos de Dios.
         A esto se refieren las experiencias místicas de Santa Faustina, experiencias, por las cuales participa, verdaderamente, de la Pasión de Jesús, experimentando sus dolores y sus humillaciones, en su cuerpo y en su alma, sintiendo la amargura de su Sagrado Corazón, como producto de la inmensidad de la malicia del corazón del hombre que ofende la majestad y santidad del Corazón de Dios. Dice así Santa Faustina: “Ahora, en esta Cuaresma, a menudo siento la Pasión del Señor en mi cuerpo; todo lo que sufrió Jesús, lo vivo profundamente en mi corazón, aunque por fuera mis sufrimientos no se delatan por nada, solamente el confesor sabe de ellos (…)”[1].
         Santa Faustina siente la Pasión en su cuerpo y en su corazón, aunque nadie se da cuenta de ello, solamente su confesor, porque el participar de la Pasión de Jesús en cuerpo y alma es una gracia, y el alma verdaderamente humilde, esconde esta gracia a los ojos de los demás y se avergüenza de que los demás lo sepan, y solo quiere que lo sepa su director espiritual y nadie más. Si alguien lo divulga por todos lados, es clara señal de que eso no proviene de Dios, sino del maligno.
En otro lugar, dice Santa Faustina, con relación a la Cuaresma: “Cuando me sumerjo en la Pasión del Señor, a menudo en la adoración veo al Señor Jesús bajo este aspecto: después de la flagelación los verdugos tomaron al Señor y le quitaron su propia túnica que ya se había pegado a las llagas; mientras la despojaban volvieron a abrirse sus llagas. Luego vistieron al Señor con un manto rojo, sucio y despedazado sobre las llagas abiertas. El manto llegaba a las rodillas solamente en algunos lugares. Mandaron al Señor sentarse en un pedazo de madero y entonces trenzaron una corona de espinas y ciñeron con ella la Sagrada Cabeza; pusieron una caña en su mano, y se burlaban de Él homenajeándolo como a un rey. Le escupían en la Cara y otros tomaban la caña y le pegaban en la Cabeza; otros le producían dolor a puñetazos, y otros le taparon la Cara y le golpeaban con los puños. Jesús lo soportaba silenciosamente. ¿Quién puede entender, su dolor? Jesús tenía los ojos bajados hacia la tierra. Sentí lo que sucedía entonces en el dulcísimo Corazón de Jesús. Que cada alma medite lo que Jesús sufría en aquel momento. Competían en insultar al Señor. Yo pensaba ¿de dónde podía proceder tanta maldad en el hombre? La provoca el pecado. Se encontraron el Amor y el pecado”[2].
Es decir, si bien no todos estamos llamados a tener estas experiencias místicas en Cuaresma, nos basta saber que, espiritualmente, es en esto en lo que consiste la Cuaresma, en la unión espiritual y mística en los sufrimientos de Jesús y en la toma de conciencia de que son nuestros pecados personales los que provocan, actual y misteriosamente, la Pasión dolorosa de Jesús, por eso es que Santa Faustina dice: "se encuentran el Amor (Jesús) y el pecado (nosotros, nuestros pecados)". La Cuaresma consiste en que cada alma que se une espiritualmente a Jesús, por el ayuno, la oración, la penitencia, las buenas obras, y pide la gracia de la contrición del corazón, para participar, misteriosa pero realmente, de la oración de Jesús en el Huerto y de la Pasión de Jesús en el Via Crucis, aún cuando no experimente sensiblemente nada y aún cuando no tenga ninguna experiencia mística -las cuales, por otra parte, no deben ser pedidas bajo ningún punto de vista-, y así expiar por sus propios pecados, y por los del mundo entero.
Vivir la Cuaresma, entonces, según lo pide la Santa Madre Iglesia, con ayunos, penitencia, oración, obras de misericordia, meditando la Pasión de Jesucristo, rezando el Via Crucis, participando de los oficios de Semana Santa, no es un mero ejercicio de la memoria litúrgica, ni una simple devoción externa de un alma piadosa: es la participación, por el Espíritu Santo, de la oración en el Getsemaní de Jesús, de su Via Crucis, de su Crucifixión, de su Pasión redentora, Pasión por la cual salva a la humanidad y por la cual luego accedemos a la gloria de la Resurrección. Sin esta participación interior, espiritual, dada por el Espíritu Santo, no hay verdadera Cuaresma y no hay por lo tanto, verdadera Pascua. Estar unidos en la oración y en la penitencia a Jesús que sufre por los pecadores en Getsemaní y en el Calvario, es vivir la Cuaresma con espíritu de Misericordia.




[1] D. 203-204.
[2] D. 408.

sábado, 24 de enero de 2015

Por la Confesión se derrama sobre el alma la Divina Misericordia


Jesús habla con Sor Faustina acerca del Sacramento de la Confesión o Sacramento de la Penitencia , y le revela los misterios sobrenaturales que en este Sacramento se encuentran. Cuando vamos a confesarnos, no vamos a recibir un buen consejo, ni a hacer terapia psicológica: vamos al encuentro de Jesús Misericordioso, que quitará nuestros pecados del alma, por el poder de su Sangre derramada en la cruz.
Escribe así Sor Faustina:
“Hoy el Señor me dijo: Cuando te acercas a la confesión, a esta Fuente de Mi Misericordia, siempre fluye sobre tu alma la Sangre y el Agua que brotó de Mi Corazón y ennoblece tu alma”.
Cuando el alma se confiesa, se derraman sobre ella el Agua y la Sangre que brotaron del Corazón traspasado de Jesús; significa que confesarse es acercarse a Jesús crucificado y ponerse de rodillas ante Él, para que caiga sobre nosotros su Sangre y su Agua, que nos purifican –ennoblecen el alma, dice Jesús- y nos santifican, con la gracia divina que por ellos fluye: el Agua limpia; la Sangre santifica. Nos colocamos bajo los rayos misericordiosos de Jesús, el blanco, que simboliza el Agua y el rojo, que simboliza la Sangre. Así, se cumplen las palabras de Jesús, de que su Corazón traspasado, de donde brotaron la Sangre y el Agua, es la Fuente de la Misericordia: “De todas Mis llagas, como de arroyos, fluye la misericordia para las almas, pero la herida de Mi Corazón es la Fuente de la Misericordia sin límites, de esta fuente brotan todas las gracias para las almas”.
“Cada vez que vas a confesarte, sumérgete toda en Mi misericordia con gran confianza para que pueda derramar sobre tu alma la generosidad de Mi gracia”.
Una condición para que el alma pueda recibir con plenitud las gracias que del Sacramento se derivan, es la confianza en Jesús: confianza en su condición de ser Él Dios Hijo en Persona; confianza en su poder de quitar los pecados del mundo, de manera que el pecado del que me confieso, ya no está más en mi alma –esto, para no sentir escrúpulos y también para olvidar la vida pasada de pecador y comenzar la vida nueva de la gracia, la vida de los hijos de Dios-; confianza en el Amor Misericordioso de Dios, que se materializa en Jesucristo y que se derrama sin límites en el alma, porque si Dios me perdona mis pecados, es solo movido por su Amor y nada más que por Amor; de ahí que la Confesión Sacramental debe ser un acto de amor por parte nuestra, y es acto de amor por parte nuestra cuando nos confesamos porque nos duele en el alma el haber ofendido, con nuestra malicia, a un Dios de Bondad infinita; es un acto de amor de parte nuestra cuando nos confesamos y estamos tan dolidos, que nos lamentamos el no haber muerto, literalmente, a esta vida terrena, antes de haber cometido el pecado –mortal o venial deliberado- del cual nos estamos confesando; es un acto de amor cuando recitamos la fórmula de la Penitencia, pero no solo con los labios, sino con el corazón, porque realmente nos duele el haber ofendido a Jesús con nuestros pecados y nos lamentamos el no haber muerto antes que ofenderlo: “…antes querría haber muerto que haberos ofendido”; es un acto de amor nuestra confesión, cuando tomamos conciencia que nuestros pecados son los que lastiman a Jesús en la cruz, porque es a causa de nuestros pecados personales, que Jesús recibe la corona de espinas, los flagelos, los clavos de hierro y la muerte, que estaban dirigidos a nosotros, por la Justicia Divina; es un acto de amor nuestra confesión, cuando tomamos conciencia que son nuestros pecados los que lastiman a Jesús, y por ese motivo, tomamos la firme determinación de nunca más volver a pecar, para no seguir lastimando a Jesús, y pedimos para eso la gracia de morir antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado.
“Cuando te acercas a la confesión debes saber que Yo Mismo te espero en el confesionario, sólo que estoy oculto en el sacerdote, pero Yo Mismo actúo en tu alma”.
Jesús revela el misterio de su Presencia en la confesión: Jesús está Presente, escondido, invisible, pero Presente, en el sacerdote ministerial, quiere decir que lo que le decimos al sacerdote ministerial, no se lo decimos a él, sino a Jesús, a través de él.
“Aquí la miseria del alma se encuentra con Dios de la misericordia. Di a las almas que de esta Fuente de la Misericordia las almas sacan gracias exclusivamente con el recipiente de confianza. Si su confianza es grande, Mi generosidad no conocerá límites. Los torrentes de Mi gracia inundan las almas humildes”.
La necesidad de la humildad, para recibir con plenitud las gracias que se derivan del Sacramento de la Confesión; el alma humilde es como un prado que hace tiempo que no recibe agua por la sequía: cuando llueve, el agua es absorbida por el prado seco como si fuera una esponja, y así es el alma humilde, cuando se confiesa con humildad, postrándose ante su Dios que la perdona con Amor y por Amor. El alma humilde se asemeja a la Virgen, quien fue elegida por Dios a causa, precisamente, de su humildad, y fue esta humildad de María la que permitió que la gracia divina la convirtiera en Madre de Dios; es la humildad de la Virgen la que hace posible que la gracia divina se derrame sobre su alma purísima sin medida, obrando maravillas, lo cual es expresado por María en el Magnificat: “Mi alma canta la grandeza del Señor, porque ha mirado la humillación de su esclava; (el Señor) ha hecho en mí grandes cosas”: de la misma manera, Jesús obra maravillas de santidad en el alma humilde, por medio de la gracia, realizando “los más grandes milagros”, como Él mismo se lo dice a Sor Faustina: “En este sacramento, se producen los más grandes milagros”, pero para eso, es necesaria la humildad.
“Los soberbios permanecen siempre en pobreza y miseria, porque Mi gracia se aleja de ellos dirigiéndose hacia los humildes”.
Quien va a confesarse con espíritu de soberbia, se vuelve impermeable a la Divina Misericordia y a sus gracias, por lo que se retira del confesionario igual de pecador y soberbio que cuando llegó. El soberbio se confiesa sin arrepentimiento y sin contrición de corazón; el soberbio acude al confesionario por simple costumbre o con el objetivo de meramente recibir un consejo psicológico, o para aquietar la conciencia por un tiempo, para luego continuar con su vida pecado; el soberbio, en el fondo, no quiere convertirse, y es por esa razón que el soberbio se confiesa, pero no está dispuesto a “evitar las ocasiones próximas de pecado”, ni tampoco está dispuesto a cumplir lo que Jesús le pide: amar a los enemigos, perdonar las injurias, desterrar el odio y el rencor, ser humilde, vivir la castidad y la pureza corporal y espiritual, evitar las malas compañías, evitar los lugares de pecado o de ocasión de pecado, luchar contra las tentaciones y no abrirles las puertas de la mente y del corazón, poner en práctica los remedios que la Iglesia pone a nuestra disposición: oración, penitencia, ayuno, limosna, obras de misericordia, el uso de sacramentales, como medios para avanzar en la conversión y como co-adyuvantes de la gracia, etc. El soberbio, en el fondo, participa de la soberbia del Ángel caído, así como el humilde participa de la humildad de Jesús y de María, y ésa es la razón por la cual se vuelve impermeable a la gracia.
Todos estos misterios sobrenaturales y admirables, se encuentran en el Sacramento de la Penitencia o Sacramento de la Confesión.

jueves, 22 de enero de 2015

Mi misericordia es mas grande que tu miseria y la del mundo entero



- El alma: Señor, temo que no me perdones un número tan grande de pecados; mi miseria me llena de temor.

- Jesús: Mi misericordia es mas grande que tu miseria y la del mundo entero. ¿Quién ha medido Mi bondad? 

Por ti bajé del cielo a la tierra, por ti dejé clavarme en la cruz, por ti permití que Mi Sagrado Corazón fuera abierto por una lanza, y abri la Fuente de la Misericordia para ti. 

Ven y tomas las gracias de esta fuente con el recipiente de la confianza. Jamás rechazaré un corazón arrepentido, tu miseria se ha hundido en el abismo de Mi misericordia. 

¿Por qué habrias de disputar Conmigo sobre tu miseria? Hazme el favor, dame todas tus penas y toda tu miseria y Yo te colmaré de los tesoros de Mis gracias.

D.1485

El misterio de Amor insondable de la Santa Misa


Un gran misterio se hace durante la Santa Misa. Con qué devoción deberíamos escuchar y participar en esta muerte de Jesús.

Un día sabremos lo que Dios hace por nosotros en cada Santa Misa y qué don prepara para nosotros en ella.

Sólo su amor divino puede permitir que nos sea dado tal regalo. Oh Jesús, oh Jesús mío, de qué dolor tan grande está penetrada mi alma, viendo una fuente de vida que brota con tanta dulzura y fuerza para cada alma.

Y sin embargo veo almas marchitas y áridas por su propia culpa.
Oh Jesús mío, haz que la fortaleza de Tu misericordia envuelva a estas almas.

D.914

La amargura del Huerto de los Olivos


Ofrecí el día de hoy por los sacerdotes; hoy he sufrido más que cualquier otro día, interior y exteriormente.

No sabía que era posible sufrir tanto en un solo día.

Traté de hacer la Hora Santa en la que mi espíritu ha probado la amargura del Huerto de los Olivos.

Lucho sola, sostenida por su brazo, contra toda clase de dificultades que se presentan delante de mí como muros inmóviles, sin embargo tengo confianza en la potencia de su nombre y no tengo miedo de nada.

D.823

El milagro de la Divina Misericordia restaura al alma en toda su plenitud



"Escribe de Mi Misericordia. Di a las almas que es en el tribunal de la misericordia donde han de buscar consuelo ; allí tienen lugar los milagros más grandes y se repiten incesantemente. 

Para obtener este  milagro no hay que hacer una peregrinación lejana ni celebrar algunos ritos exteriores, sino que basta acercarse con fe a los pies de Mi representante y confesarle con fe su miseria y el milagro de la
Misericordia de Dios se manifestará en toda su plenitud. 

Aunque un alma fuera como un cadáver descomponiéndose de tal manera que desde el punto de vista humano no existiera esperanza alguna de restauración y todo estuviese ya perdido. No es así para Dios. 

El milagro de la Divina Misericordia restaura a esa alma en toda su plenitud. 

Oh infelices que no disfrutan de este milagro de la Divina Misericordia; lo pedirán en vano cuando sea demasiado tarde."

(D. 1448)