"La Humanidad no encontrará la paz hasta que no se vuelva con confianza a mi Misericordia" (Diario de Sor Faustina, 300)

lunes, 26 de diciembre de 2016

Jesús, el Dios Misericordioso, lleva a Santa Faustina al Infierno para que dé testimonio de su existencia


Jesús es el Dios Misericordioso, es la Misericordia de Dios encarnada, es el Amor de Dios hecho hombre, que vino como Niño en Belén, para donarse a Sí mismo, todo entero, sin reservas, a cada alma, por Amor, como Pan de Vida eterna, en la Eucaristía. Y, sin embargo, este mismo Dios-Amor, este Dios, que “es Amor”, como dice la Escritura, creó el Infierno, como destino eterno para ángeles y hombres, y por órdenes de este Dios-Amor en Persona, Santa Faustina fue conducida al mismo Infierno, según sus palabras: “Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, estuve en los abismos del infierno para hablar a las almas y dar testimonio de que el infierno existe”.
Un ángel de luz, cumpliendo las órdenes de Jesús Misericordioso, Rey de los ángeles, conduce a Santa Faustina al Infierno: “Hoy he estado en los abismos del infierno, conducida por un ángel”.
El Infierno es un “enorme lugar”, lleno de “grandes tormentos” para las almas que allí se encuentran: “Es un lugar de grandes tormentos, ¡qué espantosamente grande es su extensión!”.
Luego, Santa Faustina describe los distintos tipos de tormentos que ve en el Infierno: “Los tipos de tormentos que he visto: el primer tormento que constituye el infierno, es la pérdida de Dios; el segundo, el continuo remordimiento de conciencia; el tercero, aquel destino no cambiará jamás; el cuarto tormento, es el fuego que penetrará al alma, pero no la aniquilará, es un tormento terrible, es un fuego puramente espiritual, incendiado por la ira divina”. Lo que revela Santa Faustina es algo que ya la Iglesia lo enseñaba desde siempre: el fuego del Infierno no sólo quema el cuerpo, sino que quema el alma, y esto, por un milagro especial de parte de la Divina Omnipotencia, que así permite que sea satisfecha la Ira Divina, encendida justamente por la impenitencia del pecador, que voluntaria y libremente quiere morir en el mal.
Luego continúa Santa Faustina: “el quinto tormento, es la oscuridad permanente, un horrible, sofocante olor; y a pesar de la oscuridad los demonios y las almas condenadas se ven mutuamente y ven todos el mal de los demás y el suyo; el sexto tormento, es la compañía continua de Satanás; el séptimo tormento, es una desesperación tremenda, el odio a Dios, las imprecaciones, las maldiciones, las blasfemias”. 
Revela Santa Faustina que los tormentos son de dos tipos: los que describió, que son los que padecen los condenados en su conjunto, pero luego hay tormentos que sufren los condenados de modo individual, y estos, que se agregan a los tormentos generales, dependen de la clase de pecado que cometió en esta vida y que fue lo que le valió el Infierno. Esto también es acorde a lo que enseña la Iglesia Católica, que dice que hay un castigo individual para cada órgano responsable del pecado mortal que se cometió y que llevó al condenado, por su impenitencia, al Infierno. Dice así Santa Faustina: “Estos son los tormentos que todos los condenados padecen juntos, pero no es el fin de los tormentos. Hay tormentos particulares para distintas almas, que son los tormentos de los sentidos: cada alma es atormentada de modo tremendo e indescriptible con lo que ha pecado”.
Luego describe de modo más detallado los lugares en donde están los condenados: “Hay horribles calabozos, abismos de tormentos donde un tormento se diferencia del otro”.
La visión del Infierno, del Demonio y de los condenados es tan terrible, que dice Santa Faustina que habría fallecido de terror, si Dios no la hubiera sostenido: “Habría muerto a la vista de aquellas terribles torturas, si no me hubiera sostenido la omnipotencia de Dios”.
Luego, Santa Faustina deja por escrito, en su Diario, cuál es el propósito por el cual Jesús Misericordioso le hizo conocer el Infierno: “Que el pecador sepa: con el sentido que peca, con ese será atormentado por toda la eternidad. Lo escribo por orden de Dios para que ningún alma se excuse [diciendo] que el infierno no existe o que nadie estuvo allí ni sabe cómo es”.
Luego continúa: “Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, estuve en los abismos del infierno para hablar a las almas y dar testimonio de que el infierno existe. Ahora no puedo hablar de ello, tengo, la orden de dejarlo por escrito. Los demonios me tenían un gran odio, pero por orden de Dios tuvieron que obedecerme. Lo que he escrito es una débil sombra de las cosas que he visto. He observado una cosa: la mayor parte de las almas que allí están son las que no creían que el infierno existe. Cuando volví en mí no pude reponerme del espanto, qué terriblemente sufren allí las almas. Por eso ruego con más ardor todavía por la conversión de los pecadores, invoco incesantemente la misericordia de Dios para ellos. Oh Jesús mío, prefiero agonizar en los más grandes tormentos hasta el fin del mundo, que ofenderte con el menor pecado” . 
Jesús es el Dios Misericordioso, pero también es el Dios de la Justicia, y respeta la libertad del hombre: si el hombre quiere morir impenitente, Jesús da al impenitente lo que el impenitente quiere: no Misericordia, sino Justicia Divina. El Infierno es, en definitiva, una muestra de la Misericordia de Dios, que da a cada hombre lo que cada hombre, con su libertad, elige.

miércoles, 26 de octubre de 2016

“Anunciarás al mundo mi Segunda Venida”



“Anunciarás al mundo mi Segunda Venida”
El mensaje central de Jesús Misericordioso a Santa Faustina Kowalska es que la Humanidad debe volverse a Él, que es la Misericordia de Dios encarnada, porque de lo contrario, “no tendrá paz”, y que Él está a punto de venir, en su Segunda Venida gloriosa: “Esta imagen es la última tabla de salvación para el hombre de los Últimos Tiempos (…) La humanidad no encontrará la paz, hasta que no se vuelva con confianza a mi Misericordia (…) Doy a la humanidad un vaso del cual beber, y es esta imagen (…) Anunciarás al mundo mi Segunda Venida”. Además, de las palabras de Jesús, se puede observar que parte también esencial del mensaje es que quien no quiera aprovechar la Misericordia de Dios, deberá comparecer ante la Justicia Divina: “Quien no quiera pasar por las puertas de mi Misericordia, deberá pasar por las puertas de mi Justicia”.
Al repasar los aspectos centrales de la Devoción de Jesús Misericordioso, el mensaje que nos queda entonces es el siguiente: debemos volcarnos a la Misericordia Divina, encarnada y visible en Jesucristo; debemos poner toda nuestra confianza en Jesús Misericordioso, para obtener la paz del corazón; debemos aprovechar su Misericordia en esta tierra, si no queremos sufrir el peso de la Divina Justicia por la eternidad; la imagen de Jesús Misericordioso es la última devoción hasta el fin de los tiempos; la imagen de Jesús Misericordioso es una señal dada por el cielo, de que su Segunda Venida en la gloria está cerca, tal vez más cerca de lo que pensamos.
Para no caer en falsos e inútiles alarmismos –siempre presentes cuando se habla de la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo-, es conveniente tener presente que, más allá de si su Segunda Venida está más o menos cerca, lo que importa es estar siempre en gracia de Dios, lo cual quiere decir, aprovechar la Divina Misericordia. Pero a su vez este aprovechamiento implica, necesaria e indispensablemente, la conversión interior del corazón a Jesucristo, lo cual quiere decir apartarnos del camino del pecado y seguir por el camino de la Cruz, en la negación de sí mismo, todos los días, para morir al hombre viejo. De otro modo, no hay conversión posible y no hay, por lo tanto, aprovechamiento de la Misericordia Divina, tal como lo pide Jesús. Quien se sumerge en la Misericordia Divina, nada debe temer, pues vive al amparo de la ira del Padre, que se desatará justamente por nuestros pecados de tal manera en el Último Día que “Hasta los ángeles de Dios temblarán ese Día”, le dijo la Virgen a Santa Faustina.
“Anunciarás al mundo mi Segunda Venida”, le dice Jesús a Sor Faustina, y un signo de que su Segunda Venida en la gloria está cerca, es la imagen de Jesús Misericordioso. Y aunque no sepamos “ni el día ni la hora”, estemos preparados y atentos, vigilantes, con las lámparas encendidas, con la fe activa y operante, esperando el regreso de Nuestro Señor hoy, en diez años, en cincuenta años.


martes, 26 de julio de 2016

Jesús es la Misericordia Divina y también la Justicia Divina


         Cuando se contempla la imagen de Jesús Misericordioso, se contempla a la Misericordia Divina en sí misma, porque Jesús es el Amor misericordioso de Dios encarnado, hecho carne, hecho hombre, y esto para que el hombre no piense en la Misericordia de Dios como si fuera algo abstracto, algo que no se puede ver ni sentir. Contemplar a Jesús Misericordioso y escuchar su voz –es una manera de decir, porque no lo escuchamos, sino que en realidad, leemos lo que Él le dijo a Santa Faustina-, es contemplar y escuchar la voz de la Misericordia de Dios, de manera tal que el hombre no puede ya decir: “¿Dónde está Dios? ¿Dónde está su misericordia? ¿Cómo es la misericordia de Dios?”, porque todas esas preguntas se responden con la contemplación de la imagen de Jesús Misericordioso.
         Ahora bien, esto es una gracia, que no está al alcance de todo el mundo, porque es un hecho que está reservada a los fieles de la Iglesia Católica. ¿Y qué sucede con aquellos que no pertenecen a la Iglesia Católica? ¿De qué manera conocerán la Divina Misericordia? Lo harán a través de los católicos devotos de Jesús Misericordioso, pues ellos tienen encomendada  la tarea –inexcusable- de ser imágenes vivientes de la Divina Misericordia para con el mundo. En otras palabras, Jesús no se aparecerá de nuevo como lo hizo con Santa Faustina Kowalska, sino que se hará presente –Él quiere hacerlo- a través de sus discípulos, los bautizados en la Iglesia Católica, que deben mostrar, por medio de las obras de misericordia, corporales y espirituales, que la Divina Misericordia no es una mera imagen, sino que se ha encarnado en los hijos de Dios. Esto es así, porque “quien recibe misericordia”, debe “dar misericordia”, y como la misericordia es la disposición a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenas, el cristiano puede y debe comunicar y transmitir la Divina Misericordia, a través de las obras de misericordia corporales y espirituales, prescriptas por la Iglesia.

         Si alguien hace caso omiso de esto, es decir, no obra la misericordia con los demás según su deber de estado, no recibirá de Jesús su Amor misericordioso, sino su Justicia Divina: “Antes de venir como Justo Juez, abro de par en par la puerta de mi misericordia. Quien no quiera pasar por la puerta de Mi misericordia, tiene que pasar por la puerta de Mi justicia (Diario, 1146)”. Jesús es la Misericordia Divina encarnada, pero también es la Justicia Divina encarnada.

jueves, 26 de mayo de 2016

El devoto de Jesús Misericordioso debe ser una imagen viviente de su misericordia


         La devoción a Jesús Misericordioso debe traducirse en actos concretos de misericordia para con nuestros prójimos; de lo contrario, se convierte en un mero pietismo, vacío de todo significado. Esto es así, porque la fe debe traducirse en obras, tal como lo enseña Nuestro Señor en el Evangelio: “Lo que habéis hecho a uno de estos pequeños, a Mí me lo habéis hecho” (Mt 25, 40). Esto significa que todo lo que hacemos a nuestro prójimo, en el bien o en el mal, se lo hacemos a Jesús, que misteriosamente inhabita en él, y es la razón por la cual, si somos misericordiosos para con nuestros prójimos, recibiremos misericordia de parte suya: “Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia” (Mt 5, 7). Y el Apóstol Santiago dice: “El juicio será sin misericordia para el que no ha mostrado misericordia” (Sant 2, 13). El mismo Apóstol nos advierte que “la fe, sin obras, es una fe muerta” (Sant 2, 17). La misericordia demostrada para con nuestro prójimo será, por lo tanto, nuestro “pasaporte” para el Reino de los cielos. ¿De qué manera podemos ponerla por práctica? Además de las obras de misericordia corporales y espirituales que nos recomienda la Iglesia, Santa Faustina Kowalska, en su oración para ser misericordiosa, nos enseña de qué manera podemos, en el día a día, ser misericordiosos. Su oración dice así: “Oh Señor, Deseo transformarme toda en Tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti. Que este más grande atributo de Dios, es decir su insondable misericordia, pase a través de mi corazón al prójimo. Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarla. Ayúdame, oh Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos. Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás hable negativamente de mis prójimos sino que tenga una palabra de consuelo y perdón para todos. Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargue sobre mí las tareas más difíciles y más penosas. Ayúdame, oh Señor, a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo. Que Tu misericordia, oh Señor mío, repose dentro de mí”[1].
         Santa Faustina pide ser “transformada en la misericordia” de Jesús, toda ella, con su cuerpo: ojos, para no juzgar y ver lo bueno en los demás; oídos, para estar atentos a las necesidades de los otros; lengua, para no solo no hablar mal, sino para tener palabras de consuelo y perdón; manos, para que hacer solo obras buenas; pies, para ir en auxilio del que más lo necesita; corazón, para compadecerse de los sufrimientos del prójimo.
         Lo que Santa Faustina nos enseña es que el devoto de Jesús Misericordioso tiene que ser una imagen viviente suya, no por las palabras, sino por las obras de misericordia, de manera tal que el prójimo vea, en el devoto de Jesús Misericordioso, a Jesús Misericordioso en Persona.



[1] Cfr. Santa Faustina Kowalska, Diario, 163

miércoles, 27 de abril de 2016

"Que Tu misericordia, oh Señor mío, repose dentro de mí”



“Oh Señor, Deseo transformarme toda en Tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti. Que este más grande atributo de Dios, es decir su insondable misericordia, pase a través de mi corazón al prójimo. Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarla.
Ayúdame, oh Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.
Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás hable negativamente de mis prójimos sino que tenga una palabra de consuelo y perdón para todos.
Ayúdame, oh Señor,a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargue sobre mí las tareas más difíciles y más penosas.
Ayúdame, oh Señor, a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. (...)
Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo (...)
Que Tu misericordia, oh Señor mío, repose dentro de mí” (Santa Faustina Kowalska, Diario, 163).

"Sólo Dios Mismo puede llenar mi alma"


"Oh belleza Eterna, quien te conoce una vez solamente, no puede amar ninguna otra cosa. Siento la vorágine insondable de mi alma y que nada la puede llenar, sino Dios Mismo. Siento que me hundo en Él como un granito de arena en un océano sin fondo". (Santa Faustina Kowalska, Diario 343)

"Hoy durante la Santa Misa estuve particularmente unida a Dios y a su Madre Inmaculada


"Hoy durante la Santa Misa estuve particularmente unida a Dios y a su Madre Inmaculada. La humildad y el amor de la Virgen Inmaculada penetró mi alma. Cuánto más imito a la Santísima Virgen, tanto más profundamente conozco a Dios. Oh que inconcebible anhelo envuelve mi alma. Oh Jesús, ¿como puedes dejarme todavía en este destierro? Me muero del deseo por Ti, cada vez que tocas mi alma, me hieres enormemente. El amor y el sufrimiento van juntos, sin embargo, no cambiaría este dolor que Tú me produces por ningún tesoro, porque es el dolor de deleite inconcebible y es la mano amorosa que produce estas heridas a mi alma". (Santa Faustina Kowalska, Diario 843)

"Nos conocemos mutuamente con el Señor en la morada de mi corazón


"Nos conocemos mutuamente con el Señor en la morada de mi corazón. Si ahora yo Te hospedo en la casita de mi corazón, pero se acerca el tiempo cuando me llamarás a Tu morada que me habías preparado desde la creación del mundo. Oh, ¿quien soy yo frente a Ti, oh Señor?". (Santa Faustina Kowalska, Diario 909)

"Deseo satisfacer a Jesús según la clase del pecado


"Deseo satisfacer a Jesús según la clase del pecado. Hoy, durante siete horas he llevado una cintura de cadenitas para impetrar por cierta alma la gracia del arrepentimiento; a la séptima hora sentí alivio, porque aquella alma en su interior ya recibía el perdón aunque todavía no se había confesado. El pecado de los sentidos: mortifico el cuerpo y ayuno según permiso que tengo; el pecado de soberbia: rezo con la frente apoyada en el suelo; el pecado de odio: rezo y hago una obra de caridad a la persona con la cual tengo dificultades, y así, según la clase de pecados conocidos, satisfago la justicia". (Santa Faustina Kowalska, Diario 1029)

"Con tu bondad has vencido, oh Señor, mi corazón de piedra"


"El alma: Con tu bondad has vencido, oh Señor, mi corazón de piedra; heme aquí acercándome con confianza y humildad al tribunal de Tu misericordia, absuélveme Tú mismo por la mano de Tu representante. Oh Señor, siento que la gracia y la paz han fluido a mi pobre alma. Siento que tu misericordia, Señor, ha penetrado mi alma en su totalidad. Me has perdonado más de cuanto yo me atrevía esperar o más de cuánto era capaz de imaginar. Tu bondad ha superado todos mis deseos. Y ahora te invito a mi corazón, llena de gratitud por tantas gracias. Había errado por el mal camino como el Hijo pródigo, pero Tú no dejaste de ser mi Padre. Multiplica en mí Tu misericordia, porque ves lo débil que soy.
Jesús: Hija, no hables más de tu miseria, porque Yo ya no Me acuerdo de ella. Escucha niña Mía, lo que deseo decirte: estréchate a Mis heridas y saca de la fuente de la vida todo lo que tu corazón pueda desear Bebe copiosamente de la fuente de la vida y no pararás durante el viaje. Mira el resplandor de Mi misericordia y no temas a los enemigos de tu salvación. Glorifica Mi misericordia". (Santa Faustina Kowalska, Diario 1485)

"Jesús mío, aunque los sufrimientos son grandes, Tú me sostienes"


"Jesús mío, Tú me bastas por todo en el mundo. Aunque los sufrimientos son grandes, Tú me sostienes. Aunque los abandonos son terribles, Tú me los endulzas. Aunque la debilidad es grande, Tú me la conviertes en fuerza. No sé describir todo lo que sufro; y lo que he escrito hasta ahora es apenas una gota. Hay momentos de sufrimientos que yo, de verdad, no sé describir. Pero hay en mi vida también momentos cuando mi boca calla y no tiene ni una sola palabra en su defensa y se somete totalmente a la voluntad de Dios, y entonces el Señor Mismo me defiende e interviene en mi favor y su intervención se puede ver incluso por fuera. Sin embargo, cuando advierto sus mayores intervenciones que se manifiestan como castigos, entonces le suplico ardientemente misericordia y perdón. Pero no siempre soy escuchada. El Señor procede conmigo de modo misterioso. Hay momentos en que Él mismo permite terribles sufrimientos, pero también hay momentos cuando no me permite sufrir y elimina todo lo que pudiera entristecer mi alma. He aquí Sus caminos impenetrables e incomprensibles para nosotros; nuestro deber es someternos siempre a su santa voluntad. Hay misterios que la mente humana jamás logrará penetrar aquí en la tierra, nos lo revelará la eternidad". (Santa Faustina Kowalska, Diario 1656)

"Oh Dios, con qué generosidad derramas Tu misericordia"


"Oh Dios, con qué generosidad derramas Tu misericordia y todo esto lo haces por el hombre. Oh cuánto amas al hombre si Tu amor hacia él es tan activo. Oh Creador mío y Señor, en todas partes veo huellas de Tu mano y el sello de Tu misericordia que abraza todo lo que está creado. Oh Creador mío piadosísimo, deseo rendirte homenaje en nombre de todas las criaturas con alma y sin alma y llamo al mundo entero a adorar Tu misericordia. Oh que grande es tu bondad, oh Dios". (Santa Faustina Kowalska, Diario 1749)

"A través de la Coronilla obtendrás todo, si lo que pides esta de acuerdo con mi voluntad"


CORONILLA A LA DIVINA MISERICORDIA
La Coronilla la dictó Jesús a Santa Faustina en Vilna (Lituania) entre el 13-14 de Septiembre del 1935, como súplica para aplacar la ira de Dios por los pecados del mundo.
"A través de ella obtendrás todo, si lo que pides esta de acuerdo con mi voluntad (...) Reza incesantemente esta coronilla que te he enseñado. Quienquiera que la rece recibirá gran misericordia, en la hora de la muerte los sacerdotes se la recomendarán a los pecadores como la última tabla de salvación. Hasta el pecador más empedernido, si reza esta Coronilla una sola vez, recibirá la gracia de Mi misericordia infinita. Deseo que el mundo entero conozca Mi misericordia; deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en Mi misericordia" (Diario 731,687).
“ Defenderé como Mi propia Gloria a cada alma que rece esta Coronilla en la hora de la muerte, o cuando los demás la recen junto al agonizante, quienes obtendrán el mismo perdón. Cuando cerca de un agonizante es rezada, se aplaca la ira Divina, y la insondable misericordia envuelve al alma y se conmueven las entrañas de Mi misericordia por la dolorosa pasión de mi hijo” (811).
CORONILLA A LA DIVINA MISERICORDIA:
(se utiliza un rosario común de cinco decenas)
1. Comenzar con un Padre Nuestro, Avemaría, y Credo (de los apóstoles).
Credo de los apóstoles:
Creo en Dios Padre todopoderoso,
creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor. 
Fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo 
y nació de la Virgen Maria.
Padeció bajo el poder de Poncio Pilato.
Fue crucificado, muerto y sepultado.
Descendió a los infiernos.
Al tercer día resucitó de entre los muertos.
Subió a los cielos,
y está sentado a la diestra de Dios Padre. 
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, 
la comunión de los santos, el perdón de los pecados, 
la resurrección de los muertos, 
y la vida eterna. Amén.
2. En las cuentas grandes correspondientes al Padre Nuestro (una vez) decir:
"Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo,
la Sangre, el Alma y la Divinidad
de Tu Amadísimo Hijo,
nuestro Señor Jesucristo,
como propiciación de nuestros
pecados y los del mundo entero."
3. En las cuentas pequeñas correspondientes al Ave María (diez veces) decir:
"Por Su dolorosa Pasión,
ten misericordia de nosotros
y del mundo entero."
4. Al finalizar las cinco decenas de la coronilla se repite tres veces:
"Santo Dios, Santo Fuerte,
Santo Inmortal, ten piedad de
nosotros y del mundo entero."
5. Oración final (opcional):
“Oh Sangre y agua que brotaste del Corazón de Jesús como una fuente de misericordia para nosotros, en Ti confío.”

(Rezarla preferentemente a las 3:00 pm. “La hora de La Misericordia”)

"Cualquier cosa que haces al prójimo Me la haces a Mí


"El médico no me permitió ir a la Pasión a la capilla a pesar de que lo deseaba ardientemente; pero he rezado en mi propia habitación. Entonces oí el timbre en la habitación contigua, y entré y atendí a un enfermo grave. Al regresar a mi habitación aislada, de pronto he visto al Señor Jesús que me ha dicho: Hija mía, Me has dado una alegría más grande haciéndome este favor que si hubieras rezado mucho tiempo. Contesté: Si no Te he atendido a Ti, oh Jesús mío, sino a este enfermo. Y el Señor me contestó: Si, hija mía, cualquier cosa que haces al prójimo Me la haces a Mí". (Santa Faustina Kowalska, Diario 1029)

viernes, 26 de febrero de 2016

El pecado, la gracia y la Divina Misericordia


         Para valorar más el Sacramento de la Penitencia y para aprovechar al máximo la riqueza extraordinaria que supone el Año de la Misericordia, es conveniente reflexionar acerca de dos elementos de la vida espiritual: el pecado y la gracia santificante de Jesucristo, la Misericordia Divina encarnada.
         Con respecto al pecado, dicen los santos que es “la peor desgracia que puede acontecerle a un hombre en esta vida”. Es decir, para los santos, el pecado es peor que un terremoto, un tsunami, un incendio; es peor que otras desgracias, como la pérdida de algún ser querido, o la ruina económica, por ejemplo. La razón es que el pecado aparta al hombre de Dios, envolviéndolo en una densa tiniebla –tanto más densa cuanto más grave es el pecado- que le impide recibir los rayos de gracia de Dios, que es como un Sol divino que alumbra y da calor y vida a los hombres.
         El pecado surge del corazón del hombre, tal como nos enseña Jesús: “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas: malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias, maldades, engaños, sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez” (cfr. Mt 15, 19).
         Para dimensionar la gravedad del pecado, consideremos –como nos enseña San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales- el pecado del Ángel caído, el de Adán y Eva y el de un hombre cualquiera.
         El pecado del Ángel caído: por un solo pecado –el pecado de soberbia, la alucinante pretensión de querer ser igual a Dios-, perdió el cielo para siempre, ¡para siempre! Nunca más podrá gozar de la visión de la Santísima Trinidad, nunca más podrá regocijarse en su Amor, nunca más podrá adorar al Único Dios Verdadero, Dios Uno y Trino. Además, está condenado para siempre a vivir en el odio, en la amargura, en la desesperación, y todo por un solo pecado.
         El pecado de Adán y Eva: por un solo pecado, perdieron la amistad con Dios y la vida de la gracia, fueron expulsados del Paraíso y a partir de ellos entró en la raza humana la enfermedad, el dolor y la muerte. También fue un pecado de soberbia porque, escuchando la Voz de la Serpiente y participando en su rebelión contra Dios, desobedecieron el mandato divino que les prohibía comer del Árbol de la Sabiduría. Por un solo pecado, perdieron lo más hermoso que tenían, que era la amistad con Dios: al hacer un acto de malicia, no podían estar más en Presencia de Dios, que es Bondad infinita, y por eso fueron arrojados del Paraíso. Además, todos los hombres, en adelante –con excepción de la Santísima Virgen María- nacemos con la privación de la santidad y justicia originales, porque su pecado afectó a toda la humanidad.
         El pecado de un hombre cualquiera: por un solo pecado mortal –tal vez ni siquiera cometido efectivamente, sino tan solo consentido con la inteligencia y la voluntad-, este hombre, al morir, se condena irremediablemente en el infierno, en donde tiene que padecer, además de la separación de Dios para siempre –lo cual constituye la tortura más espantosa- y los dolores físicos y espirituales producidos por el fuego del infierno, la compañía y visión horripilante de Satanás, de los ángeles caídos y de todos los condenados. Esta es la razón por la cual los santos afirman que el pecado es la mayor desgracia que puede acontecerle a una persona.
         Otro aspecto a considerar en el pecado es que, si bien produce un cierto placer de concupiscencia en el pecador –por ejemplo, el placer de la venganza, motivado por el pecado de la ira-, el pecado daña profundamente al alma, privándolo de la gracia; además, daña a la familia, a la sociedad e incluso hasta la Creación se ve afectad por el pecado del hombre. Pero el daño inconmensurable lo sufre Jesucristo, porque su Pasión –los golpes recibidos, sus heridas abiertas, su humillación- es consecuencia de nuestros pecados, porque Jesús muere en la cruz por nuestros pecados, por mis pecados personales.
         Ahora bien, frente a esta desgracia que supone para el hombre el pecado, Dios nos envía su Divina Misericordia, encarnada en Jesús, el Hombre-Dios, quien acude en nuestro auxilio con su Sangre derramada desde la cruz, lavando con su Sangre nuestras almas y quitando la mancha del pecado, al tiempo que nos da la vida de la gracia, que nos hace participar de su Divinidad. La gracia nos concede una vida nueva, la vida misma de Dios; nos hace partícipes de su santidad, de su Sabiduría divina, de su Amor eterno. Y también las obras se divinizan, de modo que el que obra en gracia obra lo que Dios quiere y no solo: se puede decir que Dios mismo obra a través del alma en gracia, porque es su instrumento y esto lo podemos ver de modo patente en las vidas de los santos. Si el pecado es la mayor desgracia que puede ocurrirle a una persona en esta vida, la gracia es la mayor dicha que este mismo hombre puede experimentar.
         Entonces, si la gracia es tan valiosa, como lo vemos, surgen alguas preguntas: ¿cómo conseguir esta gracia? ¿Cómo evitar perderla? ¿Cómo acrecentarla?
         Adquirimos la gracia a través de los sacramentos, y aquellos sacramentos que están más a nuestro alcance cotidiano, son la Eucaristía y la Confesión sacramental; es a través de los sacramentos que llega a nuestras almas la Sangre del Cordero derramada en la cruz.
         Evitamos perderla, rechazando toda “ocasión próxima de pecado” y pidiendo la gracia de “morir antes que pecar”, tal como pedía Santo Domingo Savio el día de su Primera Comunión.
         Por último, la acrecentamos obrando las obras de misericordia, corporales y espirituales, tal como las prescribe la Iglesia.
         Vivir en gracia es la mejor forma de honrar a la Divina Misericordia.