"La Humanidad no encontrará la paz hasta que no se vuelva con confianza a mi Misericordia" (Diario de Sor Faustina, 300)

jueves, 26 de marzo de 2015

Qué es vivir la Cuaresma según las revelaciones de Jesús Misericordioso a Santa Faustina


         Según nuestras propias concepciones de Cuaresma, influenciadas por la época mundana en la que vivimos, Cuaresma se reduce a una conmemoración litúrgica, reducida al ámbito de la Iglesia, que no se extiende a un espacio temporal de más de cuarenta días, hasta Pascua; que no tiene más sentido que el de recordar, siempre litúrgicamente, los cuarenta días de ayuno de Jesús en el desierto; como máximo, quienes se unen a la Cuaresma, con sus ayunos y penitencias y obras de misericordia, lo hacen porque son personas piadosas y buenas, que son cristianas y por lo tanto seguidoras de Jesús y se ven en la obligación moral de recordar, mediante estos actos externos, de reforzar externamente su pertenencia a la Iglesia de Jesús y a Jesús mismo. Sin embargo, no es esto la Cuaresma, y no consiste en esto la Cuaresma, puesto que la Cuaresma se trata de un misterio sobrenatural mucho más profundo, que sobrepasa, con mucho, la capacidad de comprensión de nuestra razón natural. Quien participa de la Cuaresma, unido a Cristo, en el Espíritu Santo, participa de un misterio salvífico que trasciende el mero costumbrismo o lo que aparece a la razón o lo que puede aparecer a la razón. Participar de la Cuaresma es participar, como Cuerpo Místico de Jesús, del misterio salvífico por el cual Jesús, sufriendo en su Cuerpo real, asumió en su Humanidad Santísima los pecados personales de todos y cada uno de todos los hombres de todos los tiempos, y las muertes de todos los hombres de todos los tiempos, para destruir esos pecados y esas muertes con su Sangre, derramada primero en el Huerto de Getsemaní, con su sudor de Sangre, y luego con sus heridas abiertas por los golpes, las flagelaciones y la crucifixión, y para luego de destruidos los pecados y la muerte, donar su vida eterna a los hombres y, con su vida eterna, su filiación divina, conduciendo a los hombres al Reino de los cielos. En eso consiste la Cuaresma: en participar, mística pero realmente, de los sufrimientos reales de Jesús en el Huerto de Getsemaní y en la Pasión, sufrimientos por los cuales nos quitó los pecados y nos obtuvo la vida nueva de la gracia, la vida de los hijos de Dios.
         A esto se refieren las experiencias místicas de Santa Faustina, experiencias, por las cuales participa, verdaderamente, de la Pasión de Jesús, experimentando sus dolores y sus humillaciones, en su cuerpo y en su alma, sintiendo la amargura de su Sagrado Corazón, como producto de la inmensidad de la malicia del corazón del hombre que ofende la majestad y santidad del Corazón de Dios. Dice así Santa Faustina: “Ahora, en esta Cuaresma, a menudo siento la Pasión del Señor en mi cuerpo; todo lo que sufrió Jesús, lo vivo profundamente en mi corazón, aunque por fuera mis sufrimientos no se delatan por nada, solamente el confesor sabe de ellos (…)”[1].
         Santa Faustina siente la Pasión en su cuerpo y en su corazón, aunque nadie se da cuenta de ello, solamente su confesor, porque el participar de la Pasión de Jesús en cuerpo y alma es una gracia, y el alma verdaderamente humilde, esconde esta gracia a los ojos de los demás y se avergüenza de que los demás lo sepan, y solo quiere que lo sepa su director espiritual y nadie más. Si alguien lo divulga por todos lados, es clara señal de que eso no proviene de Dios, sino del maligno.
En otro lugar, dice Santa Faustina, con relación a la Cuaresma: “Cuando me sumerjo en la Pasión del Señor, a menudo en la adoración veo al Señor Jesús bajo este aspecto: después de la flagelación los verdugos tomaron al Señor y le quitaron su propia túnica que ya se había pegado a las llagas; mientras la despojaban volvieron a abrirse sus llagas. Luego vistieron al Señor con un manto rojo, sucio y despedazado sobre las llagas abiertas. El manto llegaba a las rodillas solamente en algunos lugares. Mandaron al Señor sentarse en un pedazo de madero y entonces trenzaron una corona de espinas y ciñeron con ella la Sagrada Cabeza; pusieron una caña en su mano, y se burlaban de Él homenajeándolo como a un rey. Le escupían en la Cara y otros tomaban la caña y le pegaban en la Cabeza; otros le producían dolor a puñetazos, y otros le taparon la Cara y le golpeaban con los puños. Jesús lo soportaba silenciosamente. ¿Quién puede entender, su dolor? Jesús tenía los ojos bajados hacia la tierra. Sentí lo que sucedía entonces en el dulcísimo Corazón de Jesús. Que cada alma medite lo que Jesús sufría en aquel momento. Competían en insultar al Señor. Yo pensaba ¿de dónde podía proceder tanta maldad en el hombre? La provoca el pecado. Se encontraron el Amor y el pecado”[2].
Es decir, si bien no todos estamos llamados a tener estas experiencias místicas en Cuaresma, nos basta saber que, espiritualmente, es en esto en lo que consiste la Cuaresma, en la unión espiritual y mística en los sufrimientos de Jesús y en la toma de conciencia de que son nuestros pecados personales los que provocan, actual y misteriosamente, la Pasión dolorosa de Jesús, por eso es que Santa Faustina dice: "se encuentran el Amor (Jesús) y el pecado (nosotros, nuestros pecados)". La Cuaresma consiste en que cada alma que se une espiritualmente a Jesús, por el ayuno, la oración, la penitencia, las buenas obras, y pide la gracia de la contrición del corazón, para participar, misteriosa pero realmente, de la oración de Jesús en el Huerto y de la Pasión de Jesús en el Via Crucis, aún cuando no experimente sensiblemente nada y aún cuando no tenga ninguna experiencia mística -las cuales, por otra parte, no deben ser pedidas bajo ningún punto de vista-, y así expiar por sus propios pecados, y por los del mundo entero.
Vivir la Cuaresma, entonces, según lo pide la Santa Madre Iglesia, con ayunos, penitencia, oración, obras de misericordia, meditando la Pasión de Jesucristo, rezando el Via Crucis, participando de los oficios de Semana Santa, no es un mero ejercicio de la memoria litúrgica, ni una simple devoción externa de un alma piadosa: es la participación, por el Espíritu Santo, de la oración en el Getsemaní de Jesús, de su Via Crucis, de su Crucifixión, de su Pasión redentora, Pasión por la cual salva a la humanidad y por la cual luego accedemos a la gloria de la Resurrección. Sin esta participación interior, espiritual, dada por el Espíritu Santo, no hay verdadera Cuaresma y no hay por lo tanto, verdadera Pascua. Estar unidos en la oración y en la penitencia a Jesús que sufre por los pecadores en Getsemaní y en el Calvario, es vivir la Cuaresma con espíritu de Misericordia.




[1] D. 203-204.
[2] D. 408.