"La Humanidad no encontrará la paz hasta que no se vuelva con confianza a mi Misericordia" (Diario de Sor Faustina, 300)

martes, 26 de mayo de 2015

El que recibe misericordia debe dar misericordia


         En sus memorias, Santa Faustina relata cómo la Divina Misericordia proviene a través del Sagrado Corazón traspasado de Jesús: “El viernes, durante la Santa Misa, siendo mi alma inundada por la felicidad de Dios, oí en el alma estas palabras: “Mi misericordia pasó a las almas a través del Corazón divino-humano de Jesús, como un rayo de sol a través del cristal”. Sentí en el alma y comprendí que cada acercamiento a Dios nos fue dado por Jesús, en Él y por Él”[1]. La visión de Sor Faustina nos muestra que Dios Padre no se queda en palabras cuando nos da su Divina Misericordia: nos brinda su Divina Misericordia a través del don del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesús, entregado en la cruz y renueva esta entrega cada vez, en la Santa Misa y también nos brinda su Divina Misericordia en el perdón de los pecados, a través del Sacramento de la Reconciliación. Es una obra concreta de misericordia, que debe ser agradecida por medio de obras concretas de misericordia.
Ésa es la razón por la cual el cristiano, al recibir la Misericordia Divina de parte de Dios, no puede no hacer lo mismo para con su prójimo. Si un cristiano recibe a la Divina Misericordia y luego, ya sea por pereza o por malicia –guarda rencor-, no comunica de esa misma misericordia recibida a su prójimo, hace vano el don recibido, porque demuestra que su fe es una fe muerta. Lo dice la Escritura: “Muéstrame tu fe sin obras, que yo por mis obras te mostraré mi fe” (Sant 2, 18). Quien tiene fe, obra de acuerdo a esa fe; quien tiene fe en Jesús Misericordioso, obra la misericordia para con su prójimo, sin importar si este prójimo es amigo o enemigo; aún más, obrará la misericordia para con sus enemigos, porque ése es el Mandamiento de la Caridad de Jesús: “Éste es mi mandamiento nuevo: ámense unos a otros, como Yo los he amado” (Jn 13, 34).
Que sea absolutamente necesario obrar la misericordia, lo dice el mismo Jesús a Sor Faustina –y por extensión, a todo devoto de la Divina Misericordia-: “Hija mía (…) Exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia Mí. Debes mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo ni excusarte ni justificarte”[2]. Luego, Jesús da las indicaciones de cómo se debe ejercer la misericordia: “Te doy tres formas de ejercer la misericordia al prójimo: la primera –la acción, la segunda –la palabra, la tercera –la oración. En estas tres formas está contenida la plenitud de la misericordia y es el testimonio irrefutable del amor hacia Mí. De este modo el alma alaba y adora Mi misericordia”[3] (en realidad, en el orden de la práctica diaria, a la acción y a la palabra le debe preceder la oración. De estas tres formas, cada uno debe obrar según las posibilidades de su estado de vida: algunos podrán hacerlo solo mediante la oración; otros, solo mediante la palabra; otros, con la oración, la palabra y la acción, pero nadie está exento de obrar la misericordia, ése es el mensaje y la advertencia de Jesús. Cada uno verá cómo obra la misericordia, pero nadie puede decir: “Yo no obro la misericordia”.
Entonces, esto quiere decir que no basta con la simple devoción a Jesús Misericordioso, si puedo hacer una obra de misericordia con la palabra, “dando consejo a quien lo necesita”; no basta con rezar, si se puede obrar; no basta con asistir a Misa el día de la Divina Misericordia y quedarse cruzados de brazos, sin hacer nada, pudiendo hacerlo: quien ha recibido a Jesús Misericordioso en su corazón, debe comunicar de esa misericordia, por medio de las obras de misericordia corporales y espirituales -las que están prescriptas por la Iglesia-; sólo de esa manera, demostrará que ama, que alaba y adora a la Divina Misericordia, solo con obras, precedidas de la oración. Quien recibe misericordia de parte de Dios, pero no la comunica al prójimo, cerrándose en su egoísmo, rechaza la misericordia que recibió y se vuelve impermeable para recibir más misericordia. Sólo quien es misericordioso para con su prójimo se convertirá, para su prójimo y para el mundo, en una imagen viviente de Jesús Misericordioso, que es el fin por el cual él mismo recibió misericordia. Cuando Jesús se a conocer a un alma, por medio de la Divina Misericordia, lo hace para que esa alma no se guarde para sí el amor recibido, sino para que lo ame, lo alabe y lo glorifique, dando amor a los demás, transformándose en una imagen viviente suya, y esto sucede cuando el alma hace oración, predica la misericordia y obra la misericordia.



[1] Diario. La Divina Misericordia en mi alma, n. 528.
[2] Cfr. ibidem, n. 742.
[3] Cfr. ibídem.