"La Humanidad no encontrará la paz hasta que no se vuelva con confianza a mi Misericordia" (Diario de Sor Faustina, 300)

miércoles, 26 de diciembre de 2012

La prueba espiritual más dura: el abandono y la desesperación (3/3)



"Después de un largo momento, al entrar en la celda una de las hermanas me encontró casi muerta. Se asustó y fue a la Maestra que en virtud de la santa obediencia me ordenó levantarme del suelo y en seguida sentí las fuerzas físicas, y me levanté del suelo temblando toda.

La Maestra se dio cuenta inmediatamente del estado de mi alma, me habló de la inconcebible misericordia de Dios y dijo: No se preocupe por nada, hermana, se lo ordeno en virtud de la santa obediencia. Y continuó: Ahora veo que Dios la llama a una gran santidad, el Señor la desea tener cerca de sí, permitiendo estas cosas, tan pronto. Sea fiel a Dios, hermana, porque esto es una señal de que la quiere tener en lo alto del cielo. Pero yo no entendí nada de estas palabras."

"Al entrar en la capilla, sentí como si todo se hubiera alejado de mi alma; como si yo hubiera salido recientemente de la mano de Dios, sentí que mi alma era intangible, que yo era una niña pequeña. De repente vi interiormente al Señor quien me dijo: No tengas miedo, hija Mia, Yo estoy contigo. En aquel mismo momento desaparecieron todas las tinieblas y los tormentos, los sentidos [fueron] inundados de una alegría inconcebible, las facultades del alma coladas de luz."

"Quiero decir también que, aunque mi alma ya estaba bajo los rayos de su amor, no obstante, las huellas del suplicio soportado quedaron en mi cuerpo dos días más. El rostro pálido como de una muerta y los ojos inyectados de sangre. Solo Jesús sabe lo que sufrí. Comparado con la realidad, es pálido lo que he escrito. No sé expresarlo, me parece que he vuelto del mas allá. Siento aversión a todo lo que esta creado. Me
abrazo al Corazón de Dios, como el niño recién nacido al pecho de su madre. Miro todo con ojos distintos. Estoy consciente de lo que el Señor ha hecho en mi alma con una palabra; de esto vivo. El recuerdo del martirio sufrido me da escalofríos. No hubiera creído que es posible sufrir tanto si yo mismo no lo hubiera pasado. Es un sufrimiento totalmente espiritual."

"Sin embargo, en todos estos sufrimientos y combates no abandoné la Santa Comunión. Cuando me pareció que no debía recibirla, entonces iba a ver a la Maestra y le decía que no podía ir a la Santa Comunión, que me parecía que no debía recibirla. Sin embargo ella no me permitía abandonar la Santa Comunión; y yo iba a recibirla, y me daba cuenta de que solo la obediencia me había salvado. La Maestra misma me dijo después que “estas experiencias habían pasado pronto solamente porque usted, hermana, fue obediente. [Fue por] el poder de la obediencia que usted pasó tan valientemente [la prueba].” Es verdad que el Señor mismo me liberó de este suplicio, pero la fidelidad a la obediencia le agradó.

Aunque estas cosas son espantosas, no obstante ningún alma debería asustarse demasiado, porque Dios nunca da por encima de lo que podemos soportar. Y por otra parte, quizás nunca nos dé a nosotros suplicios semejantes, y lo escribo porque si el Señor quiere llevar un alma a través de tales sufrimientos, que no tenga miedo, sino que sea fiel a Dios en todo lo que depende de ella. Dios no hará daño al alma,
porque es el Amor Mismo y por este amor inconcebible la llamó a la existencia. Pero cuando yo me encontraba angustiada, no lo comprendía." (Diario 102 - 106)

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