"La Humanidad no encontrará la paz hasta que no se vuelva con confianza a mi Misericordia" (Diario de Sor Faustina, 300)

jueves, 26 de octubre de 2017

La Divina Misericordia concede paz al alma por medio del Sacramento de la Confesión


         En nuestros días, abundan las enfermedades psico-somáticas, como por ejemplo, depresión, ansiedad, y neurosis de todo tipo. Aunque algunas enfermedades, como la depresión, están causadas por factores internos, como la carencia o insuficiencia de un metal necesario para el buen funcionamiento del psiquismo, que es el litio, sin embargo, la causa más importante de los trastornos psico-somáticos se encuentra en el exterior del hombre y su psiquis, y esa causa está originada y alimentada, en gran medida, por los medios de comunicación masivos y por el estilo de vida agitado en el que vivimos. Esto hace que la oración, el recogimiento y el silencio, absolutamente necesarios para elevar el alma a Dios -fuente de paz-, están prácticamente ausentes de nuestras vidas, precisamente, a causa de la velocidad y el vértigo que caracterizan la vida humana en el siglo XXI. Esto quita la paz del alma y profundiza los trastornos.
          A esto se le suma el hecho de que muchos católicos, buscando la paz del alma y la sanación de sus afecciones acuden, erróneamente, ya sea a supersticiones, como también a la práctica del yoga, el reiki, la meditación trascendental, o cualquier método oriental que se le presente. El problema es que estos métodos no pueden proporcionar paz y alivio, porque no lo poseen, según el dicho: "nadie puede dar lo que no tiene". 
         ¿Qué es lo que da verdaderamente paz al alma? ¿Qué es lo que disminuye la ansiedad, la tensión, la depresión? Además de la medicina tradicional, a la que el católico debe acudir en busca de solución a dichos problemas, lo que da verdaderamente paz al alma es el recurso a la Confesión sacramental, es decir, al Sacramento de la Confesión o Penitencia. ¿Por qué? Porque a través de los sacramentos –en este caso, la Confesión Sacramental-, Jesús nos da su gracia, su gracia nos hace participar a la Vida divina y la Vida divina se caracteriza por la paz, porque Dios es la Paz Increada en sí misma. No en vano Jesús dice: “Mi paz os dejo, mi paz os doy”, porque nos da Su paz, la paz de Dios, y porque cancela, con su Sangre, aquello que está en la raíz de nuestras enfermedades, sean psíquicas, corporales o espirituales, y es el pecado. El pecado quita la paz al alma, porque la enemista con Dios, que es la Paz en sí misma, y este pecado solo puede ser quitado con la gracia divina, que para nosotros, los católicos, nos viene por los sacramentos.
         Es por esto que Jesús le dice así a Sor Faustina: “Di a las almas que es en el tribunal de la misericordia donde han de buscar consuelo; (el Sacramento de la Confesión) ahí tienen lugar los milagros más grandes y se repiten incesantemente. Para obtener este milagro no hay que hacer una peregrinación lejana ni celebrar algunos ritos exteriores, sino que basta acercarse con fe a los pies de Mi representante y confesarle con fe su miseria y el milagro de la Misericordia de Dios se manifestará en toda su plenitud. Aunque un alma fuera como un cadáver descomponiéndose de tal manera que desde el punto de vista humano no existiera esperanza alguna de restauración y todo estuviese ya perdido. No es así para Dios. El milagro de la Divina Misericordia restaura a esa alma en toda su plenitud. Oh infelices que no disfrutan de este milagro de la Divina Misericordia; lo pedirán en vano cuando sea demasiado tarde”[1].
         Indirectametne, Jesús se queja de lo que sucede con los católicos en nuestros días: muchos van a curanderos, a brujos, a hechiceros, en busca de milagros y soluciones a sus problemas; muchos acuden a las religiones orientales, vanamente, para buscar paz para sus almas; muchos, por ignorancia, o por un temor irracional, o por falta de amor a Dios, dejan de lado el Sacramento de la Confesión, en donde ocurren “los más grandes milagros”, como lo dice el mismo Jesús. Y aun así, siendo el Sacramento de la Confesión el lugar en donde la Divina Misericordia se manifiesta con todo su Amor infinito y eterno, las almas rehúyen la confesión, sumergiéndose en la tristeza, en la pena, el dolor, la falta de paz.
         La Confesión Sacramental concede la paz de Dios al alma, la verdadera paz, la paz que, radicando en lo más profundo del alma, une al alma con la fuente de su alegría, Dios Uno y Trino.





[1] Diario de Santa Faustina Kowalska, 1448.

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