"La Humanidad no encontrará la paz hasta que no se vuelva con confianza a mi Misericordia" (Diario de Sor Faustina, 300)

sábado, 24 de enero de 2015

Por la Confesión se derrama sobre el alma la Divina Misericordia


Jesús habla con Sor Faustina acerca del Sacramento de la Confesión o Sacramento de la Penitencia , y le revela los misterios sobrenaturales que en este Sacramento se encuentran. Cuando vamos a confesarnos, no vamos a recibir un buen consejo, ni a hacer terapia psicológica: vamos al encuentro de Jesús Misericordioso, que quitará nuestros pecados del alma, por el poder de su Sangre derramada en la cruz.
Escribe así Sor Faustina:
“Hoy el Señor me dijo: Cuando te acercas a la confesión, a esta Fuente de Mi Misericordia, siempre fluye sobre tu alma la Sangre y el Agua que brotó de Mi Corazón y ennoblece tu alma”.
Cuando el alma se confiesa, se derraman sobre ella el Agua y la Sangre que brotaron del Corazón traspasado de Jesús; significa que confesarse es acercarse a Jesús crucificado y ponerse de rodillas ante Él, para que caiga sobre nosotros su Sangre y su Agua, que nos purifican –ennoblecen el alma, dice Jesús- y nos santifican, con la gracia divina que por ellos fluye: el Agua limpia; la Sangre santifica. Nos colocamos bajo los rayos misericordiosos de Jesús, el blanco, que simboliza el Agua y el rojo, que simboliza la Sangre. Así, se cumplen las palabras de Jesús, de que su Corazón traspasado, de donde brotaron la Sangre y el Agua, es la Fuente de la Misericordia: “De todas Mis llagas, como de arroyos, fluye la misericordia para las almas, pero la herida de Mi Corazón es la Fuente de la Misericordia sin límites, de esta fuente brotan todas las gracias para las almas”.
“Cada vez que vas a confesarte, sumérgete toda en Mi misericordia con gran confianza para que pueda derramar sobre tu alma la generosidad de Mi gracia”.
Una condición para que el alma pueda recibir con plenitud las gracias que del Sacramento se derivan, es la confianza en Jesús: confianza en su condición de ser Él Dios Hijo en Persona; confianza en su poder de quitar los pecados del mundo, de manera que el pecado del que me confieso, ya no está más en mi alma –esto, para no sentir escrúpulos y también para olvidar la vida pasada de pecador y comenzar la vida nueva de la gracia, la vida de los hijos de Dios-; confianza en el Amor Misericordioso de Dios, que se materializa en Jesucristo y que se derrama sin límites en el alma, porque si Dios me perdona mis pecados, es solo movido por su Amor y nada más que por Amor; de ahí que la Confesión Sacramental debe ser un acto de amor por parte nuestra, y es acto de amor por parte nuestra cuando nos confesamos porque nos duele en el alma el haber ofendido, con nuestra malicia, a un Dios de Bondad infinita; es un acto de amor de parte nuestra cuando nos confesamos y estamos tan dolidos, que nos lamentamos el no haber muerto, literalmente, a esta vida terrena, antes de haber cometido el pecado –mortal o venial deliberado- del cual nos estamos confesando; es un acto de amor cuando recitamos la fórmula de la Penitencia, pero no solo con los labios, sino con el corazón, porque realmente nos duele el haber ofendido a Jesús con nuestros pecados y nos lamentamos el no haber muerto antes que ofenderlo: “…antes querría haber muerto que haberos ofendido”; es un acto de amor nuestra confesión, cuando tomamos conciencia que nuestros pecados son los que lastiman a Jesús en la cruz, porque es a causa de nuestros pecados personales, que Jesús recibe la corona de espinas, los flagelos, los clavos de hierro y la muerte, que estaban dirigidos a nosotros, por la Justicia Divina; es un acto de amor nuestra confesión, cuando tomamos conciencia que son nuestros pecados los que lastiman a Jesús, y por ese motivo, tomamos la firme determinación de nunca más volver a pecar, para no seguir lastimando a Jesús, y pedimos para eso la gracia de morir antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado.
“Cuando te acercas a la confesión debes saber que Yo Mismo te espero en el confesionario, sólo que estoy oculto en el sacerdote, pero Yo Mismo actúo en tu alma”.
Jesús revela el misterio de su Presencia en la confesión: Jesús está Presente, escondido, invisible, pero Presente, en el sacerdote ministerial, quiere decir que lo que le decimos al sacerdote ministerial, no se lo decimos a él, sino a Jesús, a través de él.
“Aquí la miseria del alma se encuentra con Dios de la misericordia. Di a las almas que de esta Fuente de la Misericordia las almas sacan gracias exclusivamente con el recipiente de confianza. Si su confianza es grande, Mi generosidad no conocerá límites. Los torrentes de Mi gracia inundan las almas humildes”.
La necesidad de la humildad, para recibir con plenitud las gracias que se derivan del Sacramento de la Confesión; el alma humilde es como un prado que hace tiempo que no recibe agua por la sequía: cuando llueve, el agua es absorbida por el prado seco como si fuera una esponja, y así es el alma humilde, cuando se confiesa con humildad, postrándose ante su Dios que la perdona con Amor y por Amor. El alma humilde se asemeja a la Virgen, quien fue elegida por Dios a causa, precisamente, de su humildad, y fue esta humildad de María la que permitió que la gracia divina la convirtiera en Madre de Dios; es la humildad de la Virgen la que hace posible que la gracia divina se derrame sobre su alma purísima sin medida, obrando maravillas, lo cual es expresado por María en el Magnificat: “Mi alma canta la grandeza del Señor, porque ha mirado la humillación de su esclava; (el Señor) ha hecho en mí grandes cosas”: de la misma manera, Jesús obra maravillas de santidad en el alma humilde, por medio de la gracia, realizando “los más grandes milagros”, como Él mismo se lo dice a Sor Faustina: “En este sacramento, se producen los más grandes milagros”, pero para eso, es necesaria la humildad.
“Los soberbios permanecen siempre en pobreza y miseria, porque Mi gracia se aleja de ellos dirigiéndose hacia los humildes”.
Quien va a confesarse con espíritu de soberbia, se vuelve impermeable a la Divina Misericordia y a sus gracias, por lo que se retira del confesionario igual de pecador y soberbio que cuando llegó. El soberbio se confiesa sin arrepentimiento y sin contrición de corazón; el soberbio acude al confesionario por simple costumbre o con el objetivo de meramente recibir un consejo psicológico, o para aquietar la conciencia por un tiempo, para luego continuar con su vida pecado; el soberbio, en el fondo, no quiere convertirse, y es por esa razón que el soberbio se confiesa, pero no está dispuesto a “evitar las ocasiones próximas de pecado”, ni tampoco está dispuesto a cumplir lo que Jesús le pide: amar a los enemigos, perdonar las injurias, desterrar el odio y el rencor, ser humilde, vivir la castidad y la pureza corporal y espiritual, evitar las malas compañías, evitar los lugares de pecado o de ocasión de pecado, luchar contra las tentaciones y no abrirles las puertas de la mente y del corazón, poner en práctica los remedios que la Iglesia pone a nuestra disposición: oración, penitencia, ayuno, limosna, obras de misericordia, el uso de sacramentales, como medios para avanzar en la conversión y como co-adyuvantes de la gracia, etc. El soberbio, en el fondo, participa de la soberbia del Ángel caído, así como el humilde participa de la humildad de Jesús y de María, y ésa es la razón por la cual se vuelve impermeable a la gracia.
Todos estos misterios sobrenaturales y admirables, se encuentran en el Sacramento de la Penitencia o Sacramento de la Confesión.

2 comentarios:

  1. Cuánta belleza de explicación Padre, muy sencillo y claro, llega al alma.
    Lleva de la mano a la Misericordia de Dios .
    Me encantó, por supuesto lo compartiré.

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  2. Cuánta belleza de explicación Padre, muy sencillo y claro, llega al alma.
    Lleva de la mano a la Misericordia de Dios .
    Me encantó, por supuesto lo compartiré.

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