Cuando se contempla la imagen de Jesús Misericordioso, se
contempla a la Misericordia Divina en sí misma, porque Jesús es el Amor
misericordioso de Dios encarnado, hecho carne, hecho hombre, y esto para que el
hombre no piense en la Misericordia de Dios como si fuera algo abstracto, algo que
no se puede ver ni sentir. Contemplar a Jesús Misericordioso y escuchar su voz –es
una manera de decir, porque no lo escuchamos, sino que en realidad, leemos lo
que Él le dijo a Santa Faustina-, es contemplar y escuchar la voz de la
Misericordia de Dios, de manera tal que el hombre no puede ya decir: “¿Dónde
está Dios? ¿Dónde está su misericordia? ¿Cómo es la misericordia de Dios?”,
porque todas esas preguntas se responden con la contemplación de la imagen de
Jesús Misericordioso.
Ahora bien, esto es una gracia, que no está al alcance de
todo el mundo, porque es un hecho que está reservada a los fieles de la Iglesia
Católica. ¿Y qué sucede con aquellos que no pertenecen a la Iglesia Católica?
¿De qué manera conocerán la Divina Misericordia? Lo harán a través de los
católicos devotos de Jesús Misericordioso, pues ellos tienen encomendada la tarea –inexcusable- de ser imágenes
vivientes de la Divina Misericordia para con el mundo. En otras palabras, Jesús
no se aparecerá de nuevo como lo hizo con Santa Faustina Kowalska, sino que se
hará presente –Él quiere hacerlo- a través de sus discípulos, los bautizados en
la Iglesia Católica, que deben mostrar, por medio de las obras de misericordia,
corporales y espirituales, que la Divina Misericordia no es una mera imagen,
sino que se ha encarnado en los hijos de Dios. Esto es así, porque “quien recibe
misericordia”, debe “dar misericordia”, y como la misericordia es la
disposición a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenas, el cristiano
puede y debe comunicar y transmitir la Divina Misericordia, a través de las
obras de misericordia corporales y espirituales, prescriptas por la Iglesia.
Si alguien hace caso omiso de esto, es decir, no obra la
misericordia con los demás según su deber de estado, no recibirá de Jesús su
Amor misericordioso, sino su Justicia Divina: “Antes de venir como Justo Juez, abro de par en par la puerta de mi misericordia. Quien no quiera pasar por la puerta de Mi
misericordia, tiene que pasar por la puerta de Mi justicia (Diario, 1146)”. Jesús es la Misericordia
Divina encarnada, pero también es la Justicia Divina encarnada.