“La
Humanidad no encontrará la paz hasta que no se vuelva con confianza a mi
Misericordia”[1].
El mensaje dado por Jesús a Sor Faustina es válido tanto para una persona en
particular, como para toda la Humanidad en su conjunto. La paz de la que habla
Jesús no es la paz del mundo, sino la paz que da Él, que es la paz de Dios, es
la paz que sobreviene al alma cuando le es quitado, por la gracia santificante,
aquello que la enemistaba con Dios y que por lo tanto la privaba de la paz, y
es el pecado. Sólo Jesús da la verdadera paz, la paz que brota de un corazón en
gracia, un corazón en amistad con Dios y con el prójimo, un corazón sin las
tinieblas del mal y del pecado, porque ha sido lavado y santificado por la
Sangre del Cordero.
En
nuestros días, vemos cómo crecen, minuto a minuto, tanto las guerras, a nivel
de naciones –conflictos armados de todo tipo, terrorismo, narcotráfico,
violencias de todo tipo, etc.-, como la discordia y la violencia a nivel de familias y
personas individuales. Todo sucede como consecuencia del alejamiento de nuestra
moderna sociedad del Siglo XXI, de Dios, de sus Mandamientos, de su Voluntad y
de su Amor. Sin Dios, que es Luz, Amor y Paz, la humanidad inevitablemente se
ve envuelta en las tinieblas, en el odio y en la guerra, es decir, en la discordia, la
cual, a los ojos de Dios, es “peor que la hechicería” (cfr. 1 Sam 15, 23). Si la hechicería, la
brujería, el satanismo, son prácticas abominables a los ojos de Dios, lo es mucho más la
discordia, la falta de paz entre los hombres, originada en la falta de amor a
Dios, porque sólo en Dios puede el hombre amar a su prójimo y por lo tanto,
estar en paz con él. Sin Dios, el hombre no ama verdaderamente a su prójimo y
lo convierte en un instrumento para satisfacer sus pasiones, su egoísmo, sus
necesidades.
“La
Humanidad no encontrará la paz hasta que no se vuelva con confianza a mi
Misericordia”. Tanto a nivel de nación, como a nivel personal y familiar, es
necesario elevar la mirada a Jesús Misericordioso y, con el corazón contrito y
humillado, implorar su Misericordia sobre nosotros y sobre el mundo entero,
porque sólo así obtendremos la paz, la verdadera paz, la que brota del Corazón Misericordioso de Jesús.
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