Cuando Jesús Misericordioso se le apareció a Santa Faustina[1],
lo hizo tal como se lo ve en la imagen de la Divina Misericordia: de pie, con
una túnica blanca, con la mano en alto, en actitud de bendecir, y con dos rayos
de luz, uno rojo y otro blanco, que brotaban de su Corazón. La imagen es
sumamente importante, tal vez lo más importante en la vida, luego de la
Eucaristía y de la Virgen, para obtener la salvación eterna, porque es un “recipiente”
para recoger las gracias, al tiempo que es también la “última tabla de
salvación para el hombre de los últimos tiempos”, puesto que ya no habrán más
devociones hasta el Día del Juicio Final.
Además,
la imagen es importante porque en ella están condensados los misterios
principales de la fe y porque a través de ella el alma se predispone a recibir
lo que representan los misterios de la fe, que es la Divina Misericordia. Fue el
mismo Jesús quien le reveló todo lo relativo a la imagen: que fuera venerada,
primero en la capilla y luego en todo el mundo y luego le reveló las promesas y
el significado de la imagen.
Con
respecto a la veneración de la imagen, Jesús le dijo así: “Pinta una imagen según
el modelo que vez, y firma: “Jesús, en ti confío”. Deseo que esta imagen sea
venerada primero en su capilla y luego en el mundo entero”[2].
También
le reveló las promesas ligadas a la veneración de la imagen, que son el triunfo
sobre sus enemigos –el demonio, el pecado y la muerte- y la vida eterna: “Prometo
que el alma que venere esta imagen no perecerá. También prometo, ya aquí en la
tierra, la victoria sobre los enemigos y, sobre todo, a la hora de la muerte.
Yo Mismo la defenderé como Mi gloria”[3].
Con respecto al significado de la
imagen, Jesús le dijo a Sor Faustina que es un “recipiente” con el que se recogen las gracias que
brotan de Él, que es la Fuente de la Misericordia: “Ofrezco a los hombres un
recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia para recoger
gracias. Este recipiente es esta imagen con la firma: Jesús en Ti confío”[4]. La
imagen es un recipiente, no la fuente, pero si es un recipiente, quiere decir
que cuanto más acudamos a la imagen, más gracias recibiremos, así como alguien,
cuanto más va a un río a recoger agua con una gran vasija, tanta más agua
obtiene. La imagen es también, en consecuencia, un recordatorio de las gracias que recibimos de su Sagrado Corazón; es un recordatorio y no la realidad,
porque la realidad es el Sagrado Corazón de Jesús, fuente misericordiosa de
gracias que se derraman sobre las almas desde el momento en el que el Corazón
de Jesús es traspasado por la lanza. Cuando el Corazón de Jesús es traspasado, con la Sangre y el Agua se hacen visibles los rayos que brotan del mismo Corazón, y el motivo por el
que se hacen visibles, es para representar la gracia invisible que se nos
brinda a través de todos los sacramentos de la Iglesia, entre ellos,
principalmente –por ser los más frecuentes- el Bautismo, la Eucaristía y la
Confesión sacramental.
Es decir, a través de la Sangre y el Agua, que son visibles, se nos dona el Amor misericordioso de Dios, el Espíritu Santo, que nos comunica su gracia –invisible- por medio de los sacramentos.
Es decir, a través de la Sangre y el Agua, que son visibles, se nos dona el Amor misericordioso de Dios, el Espíritu Santo, que nos comunica su gracia –invisible- por medio de los sacramentos.
Según las palabras de Jesús, en
los rayos de la imagen está representado el contenido de su Sagrado Corazón, la Sangre –rayo rojo- y el Agua –rayo blanco-, que justifican y dan vida
eterna a las almas, además de protegerlas de la indignación de Dios Padre: “Los
dos rayos significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza el Agua que
justifica las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las
almas (…) Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de Mi misericordia
cuando Mi Corazón agonizado fue abierto en la cruz por la lanza” (…) “Estos
rayos protegen a las almas de la indignación Mi Padre. Bienaventurado quien
viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzará la mano justa de Dios”[5]. Es
decir, el que se refugia en la Divina Misericordia, no tendrá que pasar por la
Divina Justicia, pero quien no acuda a la imagen de Jesús Misericordioso para
refugiarse en ella, deberá pasar por la Divina Justicia: “Quien no quiere pasar
por la puerta de Mi misericordia, tiene que pasar por la puerta de Mi justicia”[6].
Por
último, Jesús le dice a Sor Faustina que la grandeza de la imagen no radica en la belleza del color ni en la
cualidad del artista plástico, sino en la gracia de Jesús: “No en la belleza
del color, ni en la del pincel, está la grandeza de esta imagen, sino en Mi
gracia”[7].
Entonces, la
imagen es fuente de gracias, al tiempo que un recordatorio para el hombre: si
recibió misericordia a través de la imagen, debe dar misericordia: “A través de
esta imagen concederé muchas gracias a las almas, ella ha de recordar a los
hombres las exigencias de Mi misericordia, porque la fe sin obras, por fuerte
que sea, es inútil”[8].
Nos recuerda, por lo tanto, que la salvación no depende sólo de la fe, sino
también de las obras de misericordia: “Muéstrame tu fe sin obras, que yo por
mis obras te mostraré mi fe” (Sant 2,
18). Es decir, se necesita tener fe sobrenatural para ver y creer en lo que
significa la Imagen, la Divina Misericordia del Sagrado Corazón de Jesús
derramándose en la Cruz, pero al mismo tiempo, hay que ser misericordiosos,
para imitar a Cristo, que murió en la cruz para darnos su Divina Misericordia: “Les
doy un mandamiento nuevo: que, como Yo os he amado, así os améis los unos a los
otros”. (Jn 13, 34).
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