En sus memorias, Santa Faustina relata cómo la Divina
Misericordia proviene a través del Sagrado Corazón traspasado de Jesús: “El
viernes, durante la Santa Misa, siendo mi alma inundada por la felicidad de
Dios, oí en el alma estas palabras: “Mi misericordia pasó a las almas a través
del Corazón divino-humano de Jesús, como un rayo de sol a través del cristal”. Sentí
en el alma y comprendí que cada acercamiento a Dios nos fue dado por Jesús, en
Él y por Él”[1].
La visión de Sor Faustina nos muestra que Dios Padre no se queda en palabras
cuando nos da su Divina Misericordia: nos brinda su Divina Misericordia a
través del don del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesús, entregado
en la cruz y renueva esta entrega cada vez, en la Santa Misa y también nos
brinda su Divina Misericordia en el perdón de los pecados, a través del Sacramento
de la Reconciliación. Es una obra concreta de misericordia, que debe ser
agradecida por medio de obras concretas de misericordia.
Ésa
es la razón por la cual el cristiano, al recibir la Misericordia Divina de
parte de Dios, no puede no hacer lo mismo para con su prójimo. Si un cristiano
recibe a la Divina Misericordia y luego, ya sea por pereza o por malicia –guarda
rencor-, no comunica de esa misma misericordia recibida a su prójimo, hace vano
el don recibido, porque demuestra que su fe es una fe muerta. Lo dice la
Escritura: “Muéstrame tu fe sin obras, que yo por mis obras te mostraré mi fe”
(Sant 2, 18). Quien tiene fe, obra de
acuerdo a esa fe; quien tiene fe en Jesús Misericordioso, obra la misericordia
para con su prójimo, sin importar si este prójimo es amigo o enemigo; aún más,
obrará la misericordia para con sus enemigos, porque ése es el Mandamiento de
la Caridad de Jesús: “Éste es mi mandamiento nuevo: ámense unos a otros, como
Yo los he amado” (Jn 13, 34).
Que
sea absolutamente necesario obrar la misericordia, lo dice el mismo Jesús a Sor
Faustina –y por extensión, a todo devoto de la Divina Misericordia-: “Hija mía
(…) Exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia Mí. Debes
mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes. No puedes dejar de
hacerlo ni excusarte ni justificarte”[2]. Luego,
Jesús da las indicaciones de cómo se debe ejercer la misericordia: “Te doy tres
formas de ejercer la misericordia al prójimo: la primera –la acción, la segunda
–la palabra, la tercera –la oración. En estas tres formas está contenida la
plenitud de la misericordia y es el testimonio irrefutable del amor hacia Mí. De
este modo el alma alaba y adora Mi misericordia”[3] (en
realidad, en el orden de la práctica diaria, a la acción y a la palabra le debe
preceder la oración. De estas tres formas, cada uno debe obrar según las
posibilidades de su estado de vida: algunos podrán hacerlo solo mediante la
oración; otros, solo mediante la palabra; otros, con la oración, la palabra y
la acción, pero nadie está exento de obrar la misericordia, ése es el mensaje y
la advertencia de Jesús. Cada uno verá cómo obra la misericordia, pero nadie
puede decir: “Yo no obro la misericordia”.
Entonces,
esto quiere decir que no basta con la simple devoción a Jesús Misericordioso,
si puedo hacer una obra de misericordia con la palabra, “dando consejo a quien
lo necesita”; no basta con rezar, si se puede obrar; no basta con asistir a
Misa el día de la Divina Misericordia y quedarse cruzados de brazos, sin hacer
nada, pudiendo hacerlo: quien ha recibido a Jesús Misericordioso en su corazón,
debe comunicar de esa misericordia, por medio de las obras de misericordia
corporales y espirituales -las que están prescriptas por la Iglesia-; sólo de
esa manera, demostrará que ama, que alaba y adora a la Divina Misericordia,
solo con obras, precedidas de la oración. Quien recibe misericordia de parte de
Dios, pero no la comunica al prójimo, cerrándose en su egoísmo, rechaza la
misericordia que recibió y se vuelve impermeable para recibir más misericordia.
Sólo quien es misericordioso para con su prójimo se convertirá, para su prójimo
y para el mundo, en una imagen viviente de Jesús Misericordioso, que es el fin
por el cual él mismo recibió misericordia. Cuando Jesús se a conocer a un alma,
por medio de la Divina Misericordia, lo hace para que esa alma no se guarde
para sí el amor recibido, sino para que lo ame, lo alabe y lo glorifique, dando
amor a los demás, transformándose en una imagen viviente suya, y esto sucede
cuando el alma hace oración, predica la misericordia y obra la misericordia.
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