En una de sus apariciones, Jesús le dice así a Sor Faustina: “(…) habla al mundo de Mi misericordia para que toda la humanidad conozca la infinita misericordia Mía (...) (Esta imagen) es una señal de los últimos tiempos, después de ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo, que recurran, pues, a la Fuente de Mi misericordia, (y) se beneficien de la Sangre y del Agua que brotó para ellos” (Diario, 848). La imagen de Jesús Misericordioso, por lo tanto, no es una imagen más, entre otras: es la última imagen, de la última devoción, para el hombre de los últimos tiempos; es la última oportunidad para la humanidad, antes de la Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo. La imagen de Jesús Misericordioso es, como el mismo Jesús le dice a Sor Faustina, “una señal de los últimos tiempos”, los tiempos anteriores a su Segunda Venida en la gloria, luego de los cuales, vendrá “el día de la justicia”, el cual está descripto en la Sagrada Escritura como “Día de la Ira de Dios” (Rm 1, 18).
No es casualidad que la ira de Dios, o el aspecto justiciero de Dios para con la malicia impenitente del corazón del hombre que no quiere, voluntariamente, arrepentirse del pecado, se manifieste, precisamente, en la revelación de la Divina Misericordia, porque tendríamos una imagen distorsionada de Dios, si pensáramos que Dios es “pura misericordia”, pero no es justo a la vez. Si pensáramos así de Dios, nos estaríamos equivocando, porque estaríamos pensando que Dios es un ser malvado, porque ve el pecado y se deleita en el pecado; en otras palabras, si nosotros decimos que Dios es “pura misericordia” y “solo misericordia”, pero “nada de justicia” –y por lo tanto, excluimos la “ira de Dios”-, estaríamos diciendo que Dios, frente al pecado, frente al mal, en vez de castigarlo, se complace y se deleita en él, porque no lo castiga, precisamente, porque es “pura misericordia”. Sería un Dios que no exigiría el arrepentimiento del mal cometido; sería un Dios que permitiría que entraran en el cielo los pecadores sin arrepentirse, es decir, con la malicia del pecado en el corazón; sería un Dios malo, perverso y pervertidor, que bajo el disfraz de la misericordia, permitiría todo tipo de mal y de pecado; sería un Dios que permitiría toda transgresión, porque no habría castigo ni para el pecado ni para el pecador que no se arrepiente. Un Dios así, “pura misericordia”, sería un Dios injusto, porque permitiría el mal, que es injusticia en sí mismo, porque es ausencia de bien, y si es injusto, es imperfecto y si es imperfecto, no sería Dios, porque Dios es Suma Perfección, como dice Jesús: “Sed perfectos, como mi Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).
Por este motivo, para que no tengamos una idea equivocada de Dios, es que Dios se nos revela en su infinita misericordia, pero se nos revela también en su infinita justicia, dejándonos bien en claro que si no aprovechamos la misericordia, tendremos que pasar por su justicia. No en vano, en las revelaciones de Jesús Misericordioso, es una de las revelaciones en las que más se habla de la “ira de Dios”, y no en vano tampoco, es que Jesús lleva a Sor Faustina al Infierno –no es que tiene un sueño, ni una experiencia mística: la lleva al Infierno-, para que vea que el Infierno existe y está ocupado con pecadores impenitentes, es decir, que el Infierno es una expresión de que Dios es Misericordia infinita pero que a la vez es Justicia infinita, y que con Dios no se juega.
En una experiencia, Jesús le enseña a Sor Faustina la manera en la que el alma puede aplacar la ira de Dios, y es ofreciendo el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo –si nos fijamos bien, es la Eucaristía-, y esto es así, porque la única Víctima digna de agradar a Dios, por su Pureza Inmaculada y por su Amor Purísimo, que esté en grado de expiar por toda la maldad de todos los hombres de todos los tiempos, es el Sagrado Corazón de Jesús, y es por eso que, al ofrecer el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, la ira de Dios se aplaca, porque cuando el alma ofrece esta ofrenda, la ofrece por toda la humanidad. Jesús le enseña a Sor Faustina a rezar la Coronilla de la Divina Misericordia, y le dice que de esa manera, aplaca la ira de Dios. Notemos dos cosas: por un lado, que el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad, que se ofrece a Dios en la Coronilla y aplaca su ira, es la Eucaristía, porque es la forma en la que la Iglesia describe al Sacramento del Altar; lo segundo es que, en la descripción de la experiencia en la cual narra la enseñanza de la Coronilla, Sor Faustina nombra, en un breve párrafo, por tres veces, a la “ira de Dios”, lo cual nos habla muy claramente del estado de la Justicia Divina con respecto a nosotros, los hombres, de no mediar el Santo Sacrificio de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, y que Dios, no es “pura misericordia”.
Dice así Sor Faustina : “Por la tarde, estando yo en mi celda, vi al ángel, ejecutor de la ira de Dios. Tenía una túnica clara, el rostro resplandeciente; una nube debajo de sus pies, de la nube salía rayos y relámpagos e iban a las manos y de su mano salían y alcanzaban la tierra. Al ver esta señal de la ira divina que iba a castigar la tierra y especialmente cierto lugar, por justos motivos que no puedo nombrar, empecé a pedir al ángel que se contuviera por algún tiempo y el mundo haría penitencia. Pero mi suplica era nada comparada con la ira de Dios. En aquel momento vi a la Santísima Trinidad. La grandeza de su Majestad me penetró profundamente y no me atreví a repetir la plegaria. En aquel mismo instante sentí en mi alma la fuerza de la gracia de Jesús que mora en mi alma; al darme cuenta de esta gracia, en el mismo momento fui raptada delante del trono de Dios. Oh, qué grande es el Señor y Dios nuestro e inconcebible su santidad. No trataré de describir esta grandeza porque dentro de poco la veremos todos, tal como es. Me puse a rogar a Dios por el mundo con las palabras que oí dentro de mí.
“Cuando así rezaba, vi la impotencia del ángel que no podía cumplir el justo castigo que correspondía por los pecados. Nunca antes había rogado con tal potencia interior como entonces. Las palabras con las cuales suplicaba a Dios son las siguientes: “Padre Eterno, Te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo, y Señor Nuestro Jesucristo, en expiación de nuestros pecados y los del mundo entero. Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero”” .
Luego continúa Sor Faustina: “A la mañana siguiente, cuando entré en nuestra capilla, oí esta voz interior: “Cuantas veces entres en la capilla reza en seguida esta oración que te enseñé ayer”. Cuando recé esta plegaria, oí en el alma estas palabras: “Esta oración es para aplacar Mi ira, la rezarás durante nueve días con un rosario común, de modo siguiente: primero rezarás una vez el Padre nuestro y el Ave María y el Credo; después, en las cuentas correspondientes al Padre nuestro, dirás las siguientes palabras: Padre Eterno, Te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero; en las cuentas del Ave María, dirás las siguientes palabras: Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Para terminar, dirás tres veces estas palabras: Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero” .
Incluso hasta en la promesa de la difusión de la devoción, está presente la ira de Dios: “Yo prometo al Alma que venerare esta Imagen de la Misericordia que no perecerá. Yo le prometo ya que aquí en la tierra la Victoria sobre sus enemigos especialmente en la hora de la Muerte. Yo el Señor, la protegeré como mi Propia Gloria. Estos rayos de Mi Corazón, que significan Sangre y Agua, protegen a las almas de la ira de Mi Padre.
Feliz, el que viva bajo su sombra, pues la mano de la justicia de Dios no le alcanzará. A las almas que propaguen Mi Misericordia yo las protegeré por toda su vida como una Madre a Su niño, y en la hora, de la muerte, para ellos no seré Juez, sino Redentor. En esta última hora el alma no tiene otra protección que Mi Misericordia. Feliz aquella alma, que durante su vida estuvo hundida en Mi Misericordia, pues la justicia de Dios no le alcanzará.
La Humanidad no encontrará la paz hasta que no se vuelva con confianza a mi Misericordia” . Jesús promete que quien venere esta imagen, no perecerá jamás. Veneremos a Jesús Misericordioso en nuestros hogares, pero sobre todo, la veneremos en nuestro corazón y glorifiquemos la Misericordia Divina siendo misericordiosos para con nuestros prójimos más necesitados, para que, más que la imagen, quien quede grabado a fuego, por el fuego del Espíritu Santo, sea el mismo Jesús Misericordioso en Persona.
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