Según nuestras propias concepciones de Cuaresma,
influenciadas por la época mundana en la que vivimos, Cuaresma se reduce a una conmemoración
litúrgica, reducida al ámbito de la Iglesia, que no se extiende a un espacio
temporal de más de cuarenta días, hasta Pascua; que no tiene más sentido que el
de recordar, siempre litúrgicamente, los cuarenta días de ayuno de Jesús en el
desierto; como máximo, quienes se unen a la Cuaresma, con sus ayunos y
penitencias y obras de misericordia, lo hacen porque son personas piadosas y
buenas, que son cristianas y por lo tanto seguidoras de Jesús y se ven en la
obligación moral de recordar, mediante estos actos externos, de reforzar
externamente su pertenencia a la Iglesia de Jesús y a Jesús mismo. Sin embargo,
no es esto la Cuaresma, y no consiste en esto la Cuaresma, puesto que la
Cuaresma se trata de un misterio sobrenatural mucho más profundo, que
sobrepasa, con mucho, la capacidad de comprensión de nuestra razón natural. Quien
participa de la Cuaresma, unido a Cristo, en el Espíritu Santo, participa de un
misterio salvífico que trasciende el mero costumbrismo o lo que aparece a la
razón o lo que puede aparecer a la razón. Participar de la Cuaresma es
participar, como Cuerpo Místico de Jesús, del misterio salvífico por el cual
Jesús, sufriendo en su Cuerpo real, asumió en su Humanidad Santísima los
pecados personales de todos y cada uno de todos los hombres de todos los
tiempos, y las muertes de todos los hombres de todos los tiempos, para destruir
esos pecados y esas muertes con su Sangre, derramada primero en el Huerto de
Getsemaní, con su sudor de Sangre, y luego con sus heridas abiertas por los
golpes, las flagelaciones y la crucifixión, y para luego de destruidos los
pecados y la muerte, donar su vida eterna a los hombres y, con su vida eterna,
su filiación divina, conduciendo a los hombres al Reino de los cielos. En eso
consiste la Cuaresma: en participar, mística pero realmente, de los
sufrimientos reales de Jesús en el Huerto de Getsemaní y en la Pasión,
sufrimientos por los cuales nos quitó los pecados y nos obtuvo la vida nueva de
la gracia, la vida de los hijos de Dios.
A esto se refieren las experiencias místicas de Santa
Faustina, experiencias, por las cuales participa, verdaderamente, de la Pasión
de Jesús, experimentando sus dolores y sus humillaciones, en su cuerpo y en su
alma, sintiendo la amargura de su Sagrado Corazón, como producto de la
inmensidad de la malicia del corazón del hombre que ofende la majestad y santidad
del Corazón de Dios. Dice así Santa Faustina: “Ahora, en esta Cuaresma, a
menudo siento la Pasión del Señor en mi cuerpo; todo lo que sufrió Jesús, lo
vivo profundamente en mi corazón, aunque por fuera mis sufrimientos no se
delatan por nada, solamente el confesor sabe de ellos (…)”[1].
Santa Faustina siente la Pasión en su cuerpo y en su
corazón, aunque nadie se da cuenta de ello, solamente su confesor, porque el
participar de la Pasión de Jesús en cuerpo y alma es una gracia, y el alma
verdaderamente humilde, esconde esta gracia a los ojos de los demás y se
avergüenza de que los demás lo sepan, y solo quiere que lo sepa su director
espiritual y nadie más. Si alguien lo divulga por todos lados, es clara señal
de que eso no proviene de Dios, sino del maligno.
En
otro lugar, dice Santa Faustina, con relación a la Cuaresma: “Cuando me sumerjo
en la Pasión del Señor, a menudo en la adoración veo al Señor Jesús bajo este
aspecto: después de la flagelación los verdugos tomaron al Señor y le quitaron
su propia túnica que ya se había pegado a las llagas; mientras la despojaban
volvieron a abrirse sus llagas. Luego vistieron al Señor con un manto rojo,
sucio y despedazado sobre las llagas abiertas. El manto llegaba a las rodillas
solamente en algunos lugares. Mandaron al Señor sentarse en un pedazo de madero
y entonces trenzaron una corona de espinas y ciñeron con ella la Sagrada
Cabeza; pusieron una caña en su mano, y se burlaban de Él homenajeándolo como a
un rey. Le escupían en la Cara y otros tomaban la caña y le pegaban en la
Cabeza; otros le producían dolor a puñetazos, y otros le taparon la Cara y le
golpeaban con los puños. Jesús lo soportaba silenciosamente. ¿Quién puede
entender, su dolor? Jesús tenía los ojos bajados hacia la tierra. Sentí lo que
sucedía entonces en el dulcísimo Corazón de Jesús. Que cada alma medite lo que
Jesús sufría en aquel momento. Competían en insultar al Señor. Yo pensaba ¿de
dónde podía proceder tanta maldad en el hombre? La provoca el pecado. Se
encontraron el Amor y el pecado”[2].
Es
decir, si bien no todos estamos llamados a tener estas experiencias místicas en
Cuaresma, nos basta saber que, espiritualmente, es en esto en lo que consiste
la Cuaresma, en la unión espiritual y mística en los sufrimientos de Jesús y en la toma de conciencia de que son nuestros pecados personales los que provocan, actual y misteriosamente, la Pasión dolorosa de Jesús, por eso es que Santa Faustina dice: "se encuentran el Amor (Jesús) y el pecado (nosotros, nuestros pecados)". La Cuaresma consiste en que cada alma que se une espiritualmente a Jesús, por el ayuno, la oración, la
penitencia, las buenas obras, y pide la gracia de la contrición del corazón, para participar, misteriosa pero realmente, de la oración de Jesús en el Huerto y de
la Pasión de Jesús en el Via Crucis,
aún cuando no experimente sensiblemente nada y aún cuando no tenga ninguna
experiencia mística -las cuales, por otra parte, no deben ser pedidas bajo
ningún punto de vista-, y así expiar por sus propios pecados, y por los del mundo entero.
Vivir
la Cuaresma, entonces, según lo pide la Santa Madre Iglesia, con ayunos,
penitencia, oración, obras de misericordia, meditando la Pasión de Jesucristo,
rezando el Via Crucis, participando
de los oficios de Semana Santa, no es un mero ejercicio de la memoria
litúrgica, ni una simple devoción externa de un alma piadosa: es la
participación, por el Espíritu Santo, de la oración en el Getsemaní de Jesús,
de su Via Crucis, de su Crucifixión,
de su Pasión redentora, Pasión por la cual salva a la humanidad y por la cual
luego accedemos a la gloria de la Resurrección. Sin esta participación
interior, espiritual, dada por el Espíritu Santo, no hay verdadera Cuaresma y
no hay por lo tanto, verdadera Pascua. Estar unidos en la oración y en la
penitencia a Jesús que sufre por los pecadores en Getsemaní y en el Calvario,
es vivir la Cuaresma con espíritu de Misericordia.